El pacto antitransfuguismo contra los políticos que se quedan con los escaños y las asignaciones a los partidos y abandonan el partido o la coalición, o cambian de partido dentro de la coalición por el que resultaron elegidos, ha estado dormido algunos años, pero ha sido revitalizado para que censure como tránsfugas al nuevo partido de los anticapitalistas, integrado recientemente en la coalición Adelante Andalucía, registrada, además, como partido sin conocimiento de sus fundadores. Adelante Andalucía originalmente era la confluencia de Podemos e Izquierda Unida con algunos añadidos de pequeñas agrupaciones andalucistas.
El distanciamiento, que comenzó siendo una simulada ruptura amistosa entre Pablo Iglesias y Teresa Rodriguez, ha dado ahora su verdadera cara de separación bronca por el poder. Estaba en juego si Adelante Andalucía era la rama de Unidas Podemos en Andalucía -postura de Iglesias y Garzón- o una fuerza autónoma de andalucismo izquierdista, desvinculada, en la práctica, de las organizaciones nacionales y comandada por Teresa Rodríguez. La simulación ha terminado. La ruptura estaba cantada porque Andalucía es demasiado importante tanto para Podemos como para Izquierda Unida. El resultado ha empañado el futuro electoral de todos sus componentes porque está llevando a la confusión al electorado y a la opinión pública. Bastante ha tenido el personal con informarse de los vericuetos por donde circulan los contagios del Covid-19 y el reparto interminable de la herencia de Paquirri como para poder comprender las tendencias de Adelante Andalucía. El enredo legal y parlamentario continuará porque llegará hasta el Tribunal Constitucional.
Cuando se está en el poder, los partidos políticos se suelen asentar en la confortabilidad, disminuyen sensiblemente las luchas internas y la confrontación se limita a la pugna por la consecución de los puestos de responsabilidad, de poder y de remuneración. Cuando el poder se pierde, las tornas cambian. Predominan las peleas internas para coger la primera posición para la siguiente posibilidad de acercarse al reparto de poder y a todo lo que ello representa. Este es el materialismo de la política. Si la política pone en su centro de actuación a este tipo de comportamientos de “gramática parda” se convierte en una actividad verdaderamente repulsiva.
Los asuntos relacionados con asignaciones y cuentas corrientes le ha quitado toda la poesía e idealismo a la confrontación habida. Y mientras tanto, entre galgos o podencos, el gobierno andaluz consigue los presupuestos con Vox.