Entre lo épico y lo personal, entre lo mítico y lo moderno, “Cartografía de nadie” (Rialp. Madrid, 2025) de Juan Herrero Diéguez, surge como un ejercicio de introspección, como una travesía íntima, capaz de reexaminar el concepto de heroísmo a través de una emotiva cotidianeidad, deuna identidad común. Galardonado con el premio “Adonáis”, es este el tercer poemario del autor vallisoletano (1993), tras “Un verano en la orilla del teatro” (2019) y “A pesar de la lluvia” (2021).
En esta ocasión, Juan Herrero Diéguez ha querido asomarse a una relectura de un clásico como la “Odisea”, para articular la idea de un mapa no convencional, que no trata de hallar un territorio físico, sino emocional y psicológico. Los veinticuatro poemas aquí reunidos -al igual que los veinticuatro cantos homéricos-, se vertebranmedianteuna mirada solidaria y contemporánea (“Aprender a observar, no levantar la voz,/ abrazar el encuentro/ que sorprende en mitad de cada búsqueda”). De este modo, las voces y los ecos que resuenan entre estas páginasse sumergen en las aguas del ayer, en los turbulentos océanos del presente.
Todo cuanto respira humanidad no le es ajeno al sujeto lírico. De ahí, que vaya trazando de forma sugerente un tejido de amor, de nostalgias, de desencuentros, de dichas, de memoria, en suma, donde la acordanza de lo que fue, de los que no están, se convierte en un viento súbito, en un murmullo en las sombras, en una estrella deshecha en la niebla de lo incierto: “Las mentiras abrasan la verdad de los párpados/ con la cadencia de una sinfonía (…) y entre las bambalinas nunca queda/ nada más que una coda de pavesas/ perdiéndose en el iris de los nombres”.
Dividido entres apartados, “Ausencias”, “El otro lado” y “El regreso”, se adivina un afán común en profundizar en los intersticios de lo no resuelto, en los gestos no vistos, en las sendas que rellenan los espacios entre un encuentro y otro. Aquí y ahora, la soledad pareciese una forma de perdurabilidad frente a un universo que constantemente exige definiciones, respuestas, certezas. Pero en ese acto de aislamiento no hay rendición, sino resistencia, refugio necesario, espacio en donde los fragmentos rotos de uno mismo puedan llegar a recomponerse: “Me basta la bondad como gramática./ Tú me lo has enseñado./ Déjame que te pida una vez más/ que sigamos le rastro hacia el principio./ Sé que al dejar los días una puerta entreabierta/ después de despedirnos/ puede que el mundo sea poco más/ que una escala de grises”.
“Cartografía de nadie” se desliza como un atlas del alma, como una carta de vulnerabilidad y reconocimiento capaz de ir más allá de lo superficial o lo estructurado. Porque la densidad metafórica que rige los versos de Juan Herrero Diéguez es, a su vez, virtud y sabiduría vitales, las mismas que abrochan un poemario revelador, de elocuente ybella expresividad: “Yo camino tranquilo, recorriendo las calles/ con las manos muy frías./ Miro hacia atrás, todo sigue en su sitio:/ la biblioteca, el río, las iglesias/ siguen estando donde estaban antes. Sólo cambian los ojos que las miran/ y la niebla, que baja más temprano”.