Hay términos que no deberíamos despreciar. Hablan por sí solos. Palabras que definen caracteres, conductas o maneras de ser y actuar, cuya particular contienda con la realidad hacen de ellas una insignia, distintivo y modelo en ocasiones distante de lo común en que suele circular la vida.
No estamos acostumbrados a ser justos en nuestras apreciaciones cuando se trata de calificar conductas ajenas. Antes bien, en el presunto perjuicio en el que nos sitúa nuestra propia responsabilidad, cargamos contra el contrario, intentando así revertir los entuertos de los que no somos capaces de reponernos.
El trato con nuestros congéneres y todo lo que se deriva de él, lleva consigo un añadido de nuestra propia personalidad, dejando bien claro quiénes somos y qué hacemos.
Si esto es perfectamente audible en el universo sonoro, casi ruido, que nos envuelve entre idas y venidas de nuestra cotidianidad, más inteligible y hasta escandaloso puede ser si lo consideramos desde el punto de vista de responsabilidad social y política.
Acudir a descalificativos para intentar, en pocos renglones, llamar la atención sobre la manera en la que nuestros políticos se sienten inclinados a la desautorización, censura y descrédito de los oponentes, sería simplemente justificarlos en la misma conducta. Y no es eso de lo que se trata. Muy al contrario.
Una legislatura, en la oposición, ofrece muchos días para poner en orden o pedirlo (el orden) en todas aquellos asuntos de los cuales se tenga constancia y que contravengan la Ley y las elementales normas de funcionamiento que deben regir en un regidor y su equipo de gobierno.
La pregunta que debemos hacernos es, ¿Qué oposición se hizo y qué denuncia se produjo ante hechos tan (presuntamente) repetidos y que hoy se denuncian estando en el gobierno? ¿Por qué no se denunció en su momento? Acaso un concejal en la oposición no está avalado por la Ley para acceder, como igual representante de la ciudadanía, a cuantos datos administrativos fueran necesarios para la aclaración de las dudas, posibles malversaciones, conductas alegales o ilegales que hubieran hecho posible deshacer en su momento el entuerto que hoy atribuyen fehacientemente sin reparo alguno.
Normalmente el ratón, de tanto buscar el queso, suele caer en la trampa. Y no es otra que su propio afán por conseguir el pedazo que tenía truco, cuya procedencia no estaba clara y cuya sorpresa resulta cara.
El queso de un gobierno no debería repartirse en relación al hambre de poder que se tenga, sino a la equitativa prudencia que la elegancia de la gestión impone. Es esa elegancia que cumple con su destino, que observa atenta y desgrana todos sus resortes por enderezar conductas obicuas sin presencia real alguna. Y nos estamos refiriendo a quien gobierna sin gobierno, a quien utiliza su status para insultar, descalificar, injuriar o simplemente aprovecharse de la institucional reserva de fondos que procura primeras planas.
Ya habíamos anticipado que la ética camina hacia la estética o viceversa. Son palabras evocadoras del término con el que hoy titulamos nuestra humilde opinión. Pero no por ello estamos menos convencidos del íntimo maridaje – como si de cocina se tratara – que debe aunar la conjunción de estos valores en aquellas responsabilidades públicas que tanto apreciamos.
Sin embargo, es aquel ruido el que suele despertarnos cada mañana con noticias cuyo contenido se contradice con la perseverante defensa de lo contrario, con el asombro de los cercanos, con la incredulidad de quienes, próximos, han vivido en primera persona otra realidad bien distinta y ajena a cuanto contubernio se denuncia.
La explicitud no siempre es más comprensible y es entre líneas como, también en ocasiones, mejor se dibujan aquellas imágenes que pudieran hacernos reflexionar sobre la certeza o verdad de las cosas. Más aún, si a pesar de posibles fallos, existiera o existiese como necesario el famoso ´beneficio de la duda´ al que aludiera Séneca en sus últimos momentos.
Casi remitiéndonos a la elegancia de Aquél, diríamos, quien tenga oídos que oiga, porque en el ruido se esconde un murmullo de verdad no tan adulterada como quieren presentarla.
La equidistancia en el análisis siempre suele ser aconsejable. No por ello nos vemos libres de esa cierta duda – esta vez menos etérea – ante el escaso valor de los términos. Entre otros, aquél con el que empezábamos: Elegancia.
Arcos
Elegancia
"Normalmente el ratón, de tanto buscar el queso, suele caer en la trampa. Y no es otra que su propio afán por conseguir el pedazo que tenía truco, cuya procedencia no estaba clara y cuya sorpresa resulta cara”
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