Noche de relativa calma. Sobre las aguas que bañan la costa de Cádiz riela una hermosa luna en cuarto creciente, a tres días de completar su ciclo hacia la luna llena. Noche hermosa y luminosa de las que lamentablemente aprovechan las mafias dedicadas al tráfico de seres humanos en el Estrecho para sacar réditos a su macabro negocio. Hablamos de la madrugada del lunes 18 de octubre... Tres días antes, 25 personas perdían la vida al naufragar, frente al cabo de Trafalgar, la patera en la que viajaban.
"miré las fotos y lo supe... me había enamorado del perro. Regresé a Torregorda y me lo llevé. No podía dejarlo ahí sabiendo todo lo que había sufrido ya"Pero volvamos a la madrugada del lunes, porque a veces, del drama, de la tragedia, surgen historias repletas humanidad. Para ponernos en contexto, ese fin de semana, fueron numerosas las embarcaciones lanzadas desde el norte de Marruecos las que trataron de alcanzar esta otra orilla al sur de Europa. Embarcaciones ahítas de pobreza y miseria pero también de sueños y esperanzas.
Y esa madrugada, Fernando Galindo García, inspector de la Policía Nacional, como era habitual desde que hace dos años lograse su destino en Cádiz capital, trabajaba como coordinador de Servicios de la Comisaría Provincial. A última hora del domingo, Salvamento Marítimo les dio el aviso del rescate de una patera con 26 personas... y un perro.
Los migrantes fueron trasladados hasta Puerto América y hasta allí se desplazó el inspector Galindo junto a otros compañeros. “Les dije que al hombre que llevaba el perro lo desembarcaran el último”.
Nada más tocar puerto, comenzó a aplicarse el protocolo para estos casos. Bajan de uno en uno a los migrantes, se les cachea, se les pone una mascarilla, se les toma la temperatura, se les da una manta y se les requisa todas sus pertenencias, las cuales se depositan en bolsas y luego en una caja con sus nombres.
Durante ese proceso, Galindo preguntó a Salvamento Marítimo si tenían medios para quedarse con el perro, al que todavía no había visto. La respuesta fue negativa. Llamó al Cimacc, antiguo 091, donde le comentan que hable con la Policía Local por si tiene perrera.
En Puerto América también había agentes de la Guardia Civil y de la Policía Portuaria. Les hace la misma pregunta y la respuesta también es la misma: no tienen dónde meter al perro... que hable con la Policía Local y por ende, el Ayuntamiento, porque son quienes pueden hacerse cargo del mismo al contar con servicio de perrera.
Abrazado a su cachorro
Y fue entonces cuando desembarcan al último pasajero de la patera. En sus brazos “un cachorro precioso”, el cual “nos entrega con toda la pena del mundo reflejada en su rostro... es que imagínate su trauma… a lo mejor es lo último o lo único que tiene de su familia... pensé, ¡se ha traído a su perro! Y nos lo tiene que dar... eso es un dolor inmenso... solo hay que ponerse en su lugar”.
Al dueño, como al resto de migrantes de iban en la patera, lo trasladan esa misma madrugada al Centro de Atención Temporal a Extranjeros, CATE, en San Roque... y “como allí no pueden entrar animales, el perro se quedó conmigo”.
La Policía Local no podía hacerse cargo de él porque la perrera municipal no abre hasta las nueve de la mañana, aún así, “cuando se marcha el autobús (en el que se trasladan a las personas rescatadas), me persono, junto al perro, en la Jefatura”... Eran las tres y media. “Me dicen que no pueden hacer nada porque el canil que tenían ya se quitó, que en todo caso tenían una caja... pero les dije que para traspasarle esa responsabilidad, mejor que no, que era mía”, rememora Galindo.
Luego llamó a sus compañeros en El Puerto de Santa María y San Fernando para que hablasen a su vez con la respectivas policías locales, pero la respuesta es la misma... hasta las nueve de la mañana, nada de nada.
Prueba con “los compañeros de guías caninos por si tienen algo, un canil libre... pero nada y el tiempo seguía pasando”. Entre espera y espera, le sacó varias fotos al perro... “se las envié a mi mujer, que estaba en Argentina, y se enamora de él inmediatamente y me dice que si he notado la carga energética” que desprende... “lo pienso. Le pregunto a Salvamento cuánto tiempo ha estado la patera en alta mar... me dicen que dos o tres días... ¡y ese hombre con el perro en brazos! ¡Piensa en la carga energética y el dolor humano acumulado!”.
Aún así, lo intenta en el Centro de Ensayos Torregorda, que aunque es una zona militar, la Policía Nacional tiene un espacio para los perros de su unidad canina. Le explica al personal de guardia lo sucedido. Éste le ofreció un canil provisional pero antes de irse, Galindo le hizo otra foto para enviársela a su mujer: “Mira, lo he tenido que dejar”.
“No lo puedes dejar ahí”
“No lo puedes dejar ahí, ¿no te da pena? ¡Pero es un bebé! ¿Te parece poco lo que ya ha pasado? ¿Cómo puedes hacerle esto?”, fueron algunas de las respuestas que recibió de su esposa. De nuevo en su puesto en su despacho de la Comisaría Provincial, “miré las fotos y lo supe… me había enamorado del perro”... así que volvió a Torregorda, “con el corazón que se me salía por la boca”. Lo recogió y se lo llevó a la Comisaría donde lo tuvo en la puerta... “serían las cinco y media de la mañana”. Cuando cambió el turno, una hora más tarde, “me lo llevé a mi casa sabiendo que había cumplido y con creces con mi responsabilidad policial, aunque no logré encontrar una solución”.
Lo primero, el veterinario
Ese amanecer, en su casa, el perro no se separaba del inspector ni siquiera en las pocas horas que intentó conciliar el sueño antes de llevarlo al veterinario. “Estuvo toda la mañana pegado a mí”.
Al despertarse, antes del mediodía, “me fui a Canymar, que está cerca de la Comisaría... me dieron cita a las cinco y media. Me dieron algo de pienso, lo devoró y se quedó tieso”.
Por la tarde, “regresé al veterinario. Me dijo que el perro estaba deshidratado y que tenía unos tres meses”. El inspector le relató la historia... “le dije que vino en patera desde Marruecos y que me había hecho cargo de él porque me había enamorado. Que le pusiera todas las vacunas, el chip y todo lo que viese conveniente para que estuviese bien”. Así que obtuvo una cita para el lunes siguiente, el 25 de octubre pasado.
Pasan los días y hasta el jueves 21 de octubre no recibe ninguna llamada y ésta era de su jefe... “Galindo, ¿te has quedado con un perro?, me preguntó. Pues sí, le contesto al tiempo que le relato todas las gestiones que llevé a cabo y que están grabadas. Me dice que el problema es que desde Sanidad señalan que todo animal que venga del norte de África puede tener la rabia, algo que aquí se ha erradicado”.
Su jefe le pasa un teléfono. Y tras varias gestiones “me puse en contacto con Mario de la Cueva”, Jefe de la Dependencia Funcional de Agricultura y Pesca de la Subdelegación del Gobierno en Cádiz. Allí ya sabían lo ocurrido gracias al informe elaborado por el veterinario y en que ya se indicaba que, tras análisis de las heces, “no hay parásitos, ni rastros de enfermedad alguna”.
El responsable gubernamental me dijo que “el problema es que existe un protocolo ante estos casos... que son muy raros aunque días antes entraron dos gatos por Motril. Que esto les ha pillado un poco de nuevas. En cuanto al procedimiento es que esté en cuarentena y luego la eutanasia... me hundí y le dije que no, para nada, que entonces no lo entregaba…”.
Galindo insistió en que quería quedarse con el animal, asumir la responsabilidad porque “ya me había enamorado de él”. A pesar de ello, “no me dio muchas esperanzas”.
Le vuelven a llamar y le dicen que se lo llevarán el viernes a una perrera en Chiclana. El viernes recibe otra llamada y le comunican que no será posible ese traslado por problemas con los gastos. “Les dije que yo me hacía cargo de esos gastos siempre y cuando no lo sacrificasen. OK, me dicen, te llamamos el lunes, con lo cual me quedé con el perro todo el fin de semana”.
Una semana después
Ese lunes nadie se puso en contacto con él. Acudió de nuevo al veterinario, pero no podían vacunarlo sin permiso de las autoridades. “No entendía nada, es decir, se lo iban a llevar y encima sin vacunar...no era lógico”.
Volvió a llamar a Agricultura y desde allí le comentaron que le traspasaron la responsabilidad administrativa a la Junta de Andalucía y así no habría que sacrificar al animal porque “aquí está prohibida la eutanasia, lo que fue una buena noticia”, explica Galindo.
Mientras tanto, Galindo sigue cuidando a ‘Res(catado)’, que es el nombre que ha elegido para el perro, aunque “estoy abierto a que la gente proponga otros”. El inspector de policía sigue limentándolo, sacándolo a pasear en horas intempestivas para que no tenga contacto con nadie, llevándolo al veterinario...
En previsión de lo que pudiese ocurrir, Galindo se informó y se empapó de todo lo concerniente a casos como este. “Y es que no voy a consentir que me lo maten, aunque tenga que hablar con el Rey...”. Con el monarca no, pero sí se puso en contacto con Asanda, Asociación Andaluza para la Defensa de los Animales, donde le dijeron que ponían su gabinete jurídico a sus pies, “Lo que tú necesites y decirte que primero no lo van a matar porque el veterinario que le ponga la inyección va a tener un problema jurídico enorme. Y además, quédatelo, no lo entregues, me dijeron”.
Y es que a veces hay que “perder el respeto al respeto. Tenía dudas sobre qué hacer, pero es que días después, concretamente este jueves por la tarde, el veterinario me insiste en que no puede ponerle ningún tipo de vacuna. Ahora estoy a la espera de que el Ayuntamiento conteste a la Junta sobre si se lleva a o no el perro para una cuarentena de seis meses. ¡Seis meses!, eso no lo puedo consentir. Incluso mi mujer me ha dicho que el perro se queda. Y yo ya digo que el perro no sale de mi casa y menos a una perrera para que esté seis meses y encima sin vacunar”. Además, no hay ningún argumento legal que impida que se le pongan todas las vacunas, a excepción de la de la rabia por si ya estuviera contagiado. Eso sí, “el trato que he recibido en Canymar ha sido y es excelente”.
‘Res’ se “queda en mi casa”
“Hasta el día de hoy siempre he sido respetuoso al máximo con todas las autoridades, pero en este caso estamos todos de nuevas, es un laberinto burocrático en el que he dejado claro que asumo toda la responsabilidad y los gastos. Si tengo que llevarlo al veterinario cada dos días para que lo sigan mirando, lo hago. Haré lo que me pidan pero no puedo permitir que se lo lleven seis meses… ‘Res’ se queda en mi casa”. De hecho lleva ya doce días con él y cada día más enamorado y convencido de que ‘Res’ es algo más que su perro. Es el perro rescatado de una patera bajo una luna creciente y que ha conquistado su corazón.
Bueno, matizamos. ‘Res’ se irá “si su dueño, el hombre que lo trajo en patera, me lo reclama. Se lo entregaré… eso sí, con todo el dolor del mundo, porque te lo aseguro, me he enamorado de ‘Res’ y sé que habrá quien no lo entienda, pero es lo que es”.
Para concluir Galindo quiere puntualizar que “mi jefe sabe que he acudido a la prensa y me comentó que bastante he hecho con quedarme el perro porque para eso somos un servicio humanitario de cara a los ciudadanos. Realizamos todo tipo de acciones de socorro y él sabe que policialmente he hecho todo lo posible, llamando incluso a tres municipios. Sabe que decidí, por humanidad, quedármelo y que esa misma mañana lo llevé al veterinario. Estamos realizando un servicio excepcional y que, como me comenta, en este caso además es que me he enamorado” de ‘Res’.
¡Ah!, y para nada está descartado que este perro que llegó en patera bajo una luna creciente, “acabe un día formando parte de la Unidad Canida y ayudando en futuras misiones de REScate”. Y nos deja un último recado: está abierto a nuevos nombres con el que bautizar a su mascota.