Mal comienza el año 2023 cuando en la cercana noche del 25 de enero, en Algeciras -podría haber sido otro lugar cualquiera-, un loco asesino, invocando el nombre de su “dios”, mató a una persona e intentó hacer lo mismo con otra. Además, la persona asesinada era buena gente, apreciada por quienes lo trataban, lo que añadió a la monstruosidad de segar una vida humana, un mayor sentimiento de horror si cabe. ¿Un loco? Difícil aplicarle este calificativo al “desalmado” homicida. Porque, en su locura, cualquier “demente”, desarrolla su propia lógica, aunque ésta sea malévola. También es preciso considerar que siempre están convencidos los enajenados de que ¡no están haciendo nada malo!, evidentemente desde su alterada conciencia. Desde el “elogio de la locura” que escribiera, casi a vuela pluma Erasmo de Rotterdam, hace SIETE siglos, la locura, la estulticia, no tiene por qué relacionarse con la violencia. El asesino no es un “loco”. La locura no justifica hacer daño a los demás. El loco no planifica, no desarrolla patrones de conducta previos a la ejecución del asesinato. Un loco puede matar por accidente, ya que en su locura no sea capaz de prever el daño que ocasiona. Pero el asesinato perpetrado, y los intentos de producir otros, no permiten dudar de la malévola racionalidad del asesino. Y es que el asesino se ha conducido por la interpretación irracional de una “fe”, que este sujeto interpreta como la ¡Única Verdadera!, y que no debe permitirse a nadie a profesar una fe distinta. Todas las demás confesiones deben ser extirpadas, mediante la eliminación física, el asesinato, de las personas que las profesan. Porque esa “fe”, que se sostiene en lecturas de escritos “sagrados” abunda en la “bondad” de eliminar al discordante, exterminar a quienes no creen en “esa fe”. En la actualidad, miles de millones de personas profesan alguna religión. Sólo hace decenios aún las guerras de religión sembraban de cadáveres las ciudades y campos. Se conoce bien la historia europea de estas confrontaciones, y se desconoce bastante las que acaecieron y siguen aconteciendo en otros continentes. También las religiones han apoyado políticamente a los regímenes totalitarios, buscando el amparo del suyo, bendiciendo cañones y tanques… Y sin embargo en lo más profundo de la conciencia de cada creyente y no creyente anida la bondad. Un rotundo sentimiento de ayudar a sus semejantes, porque sí o porque esperan reciprocidad. Y la inmensa mayoría confían en que otras personas les auxilien cuando lo necesiten… En las grandes “iglesias” del mundo, las jerarquías, no sólo las calificadas “del Libro”, se reúnen periódicamente anunciando que pretenden avanzar en el espíritu “Ecuménico”. Proyectan la añoranza de una unidad perdida, cisma tras cisma. Proyectan una vuelta a la unidad de todas las Iglesias que a lo largo del tiempo se fueron desgajando de una Iglesia “madre”, que pronto se denominó a sí misma “católica”, es decir, universal. Y sin embargo la pretensión de abarcar totalitariamente toda experiencia religiosa, es el principal obstáculo para conseguir la “unidad”. El inmenso escollo para que el ecumenismo alcance por fin el objetivo ansiado. Hasta que todas las religiones reformulen sus credos de forma que cada una reconozca que las otras son igualmente válidas, que la gran verdad es que no existe una “Única Verdad”, no será posible la unidad deseada. El Papa Francisco, junto a otros lideres de otras religiones, desean avanzar en el pan-ecumenismo, donde la unidad en la FE se pretende no sólo de las Iglesias Cristianas sino de todas las religiones del mundo mundial. El gran obstáculo, que debe ser superado, es la semilla del universalismo totalitario, que casi todas las religiones guardan y que impide a los creyentes reconocer y aceptar el derecho que otras personas tienen a profesar una fe distinta. Si todas las religiones renunciaran a su universalismo, se estaría más cerca de alcanzar el deseado pan-ecumenismo que garantizaría la necesaria hermandad en todo el género humano y el respeto hacia todos los seres que le acompañan en este maravilloso viaje por la historia de la Vida. En ese contexto la violencia, en nombre de cualquier religión, no sería posible. Mientras llega ese ansiado estado, de máximo respeto por las creencias del prójimo, las sociedades democráticas deben defenderse de aquellas creencias cuya ideología sostenga la pretensión de imponer su credo como único. ¿Mucho que andar? Sin duda, pero quienes proclaman la libertad del pensamiento deben defenderla de ideologías totalitarias, religiosas o laicas, ya que al fin y al cabo de fascismos se trata. Fdo. Rafael Fenoy