Platero y yo no es un libro es una “biblia literaria”. Se lee una o mil veces y siempre se sale de su lectura con crecida admiración hacia su autor, el Nobel Juan Ramón Jiménez. En uno de sus capítulos titulado Asnografía se dirige a Platero diciéndole: Pobre asno, ¿ni una descripción seria mereces? Si al hombre que es bueno deberían decirle asno. Si al asno que es malo deberían decirle hombre, añade, Irónicamente, en clara crítica a las personas autoras de diccionarios y del concepto asnografía.
Cada vez se hacen edificios más altos, hay una verdadera competencia en quien pone la viga más cerca de lo que erróneamente llamamos cielo. Al parecer queriéndole herir. Cuando subimos a su parte mas alta lo único que se nos ocurre e interesa, es mirar hacia el suelo y ver lo diminuto que es todo lo que hemos dejado en su superficie, entre ello, al ser humano. Lo mismo ocurre en los viajes aéreos. La altura es el germen de la soberbia. La pértiga o vara larga es narcisa, el cirio esclavo. Irónicamente.
El universo no se presta a medida actualmente, sino que le observamos crecer día a día, sin meta ni limite, que es lógico deducir que debe tener. Su edad y su expansión nos debe hacer pensar que es un “multimillonario” de billones de monedas al que si se le cae o pierde un euro, jamás se agachará para recogerlo, porque es tan nimia su valía que no merece atención alguna. La tierra es el euro del universo. Irónicamente.
Creer que todo comenzó por una explosión, “el Big/Bang”, es tan ingenuo o ingenioso como pensar que el universo, previene de la mano de un Creador. Irónicamente.
Algo tan inmenso como el universo, para que exista solamente poder intelectual en una escasa brizna material, la tierra. Así al menos parece hasta ahora. Da la impresión de ser un capricho y un olvido de miles de millones de años, de buscarle al edificio -nuestro planeta- unos inquilinos. O somos los seres humanos el final -hasta este momento- de una evolución muy lenta y que comenzó con tamaño microscópico “el ancestro celular” y tras pasar entre otros por el asno y el mono, se aprovechó el molde, muy irónicamente.
Para Dios no existe el tiempo y se comprende nuestra tardanza en aparecer, irónicamente.
Vinimos a la tierra de alquiler, pero ya estaba en nuestro ADN nuestra tendencia okupa y nos hicimos propietarios sin atender a firma, contratos, leyes o compromisos. Y ahora queremos una ley que dicte las normas para evacuar a los descendientes de aquellos okupas, de casas inutilizadas. Esto lo pensaba para sí mismo, sin darle aire exterior, un político radical. Irónicamente.
La primera ley nació a la par de nuestra libertad. Es curioso que ya antes, o así al menos es lógico pensar, estaba el árbol de la ciencia del bien y del mal. Sembrado en el espacio donde hombre y mujer tenían que vivir. La tentación estaba repartida, entre el ingerir la manzana o perpetuar la especie mediante la copulación con Eva. Sucedió lo que tenía que suceder. El estómago es invencible. El peso de la ley y el destierro del paraíso, fue nimio enemigo. La tierra pasó a ser de los humanos, irónicamente.
Irónicamente hemos llegado al siglo XXI. El saber está en las universidades, pero el uso de las mismas está tan influenciado por manos demagógicas, partidistas, resentidas y con una tendencia al odio perdurable, que donde había que oír enseñanzas de verdad en la comunicación, libertad en la expresión y transparencia en el recuerdo de los hechos históricos, junto al respeto a las buenas costumbres académicas y a la utilización del idioma, se cambian por gritos de “asesino” que al final parecen querer definir a las gargantas que usan los espacios de las aulas, para proferir consignas, que deben haber sido redactadas en alfombrados despachos. También los edificios pueden ser asesinados. Irónicamente.
La palabra “ilustre” tan digna y sinónima de “persona excelsa”, ha sufrido su mayor fracturación, al haber caído en unas manos muy jóvenes, en las que sorprende su vehemencia y aversión, aunque le salva la inocencia de su edad y el que quizás haya habido dictado de por medio. Irónicamente.
Nadie se ha movido de su “puente de mando”, ni siquiera el capitán que debe saber manejar el barco. Una retirada de todos los responsables y la lectura de Platero y yo con especial énfasis al capítulo de Asnografía, hubiera deleitado a todos los que aman una Universidad libre. Irónicamente.