—El torero, ¿nace o se hace?
—En mi opinión, nace; pero después tiene que hacerse.
—Cuando toreaste por última vez, ¿sabías que algo muy importante había terminado?
—Normalmente, cuando toreas tu última corrida, aún no sabes que va a ser la última. Sin embargo, llega un momento en que percibes que aquello ha terminado. Y, desde luego, es trascendente poner fin a lo que has dedicado tanto tiempo de tu vida.
—La retirada, ¿fue una decisión valiente y al mismo tiempo traumática?
—Ambas cosas. Valiente, porque siempre lo es mirar a la verdad cara a cara; traumática, porque duele mucho renunciar a los sueños y, en mi caso, porque pesa en el alma esa sensación de derrota que te queda flotando.
—Tu vocación de escritor, ¿fue una manera de recompensar lo que habías perdido?
—Dicho así, debo confesar que no. Sin embargo, mentiría si no admitiera que escribir de toros es una forma de mantener viva la llama de mi afición.
—Cambiaste la muleta y la espada por la tiza. ¿Razón frente al corazón?
—Desde adolescente, siempre alenté inquietudes intelectuales. Sartre, Nietzsche, Unamuno, Voltaire, Kafka, entre otros, figuran entre los autores preferidos de mi juventud, cuyas lecturas simultaneaba con los tentaderos, los entrenamientos y las novilladas… No, no puede identificarse al toreo con el corazón y a la tiza con la razón. No existe tal ruptura; sin embargo, hay etapas que acaban y otras que comienzan, porque la vida debe continuar.
—Primero publicas El arte de ver toros, luego, en compañía de otros autores, Los toros hacia el tercer milenio; más tarde Lances que cambiaron la fiesta; en el 2006, Y de testigo, La Giralda y ahora José Tomás, el retorno de La Estatua, ¿hay un hilo conductor en tu producción literaria o bien escribes por lo que te apasiona en ese momento?
—Hay un hilo conductor básico que es mi amor al toreo. Después, cada obra aspira a plasmar ciertas inquietudes genuinas. La primera perseguía un fin didáctico; la tercera, un deseo de esbozar una historia del toreo, a diferencia de lo que hasta entonces se había confundido con historias de toreros, y esta de ahora, aparte de su vocación de homenaje al torero más grande que han visto mis ojos, persigue divulgar mis reflexiones sobre su figura y, a veces, utilizarla de pretexto para zambullirme en las entrañas del toreo.
—¿Qué representa hoy para el toreo la figura controvertida de José Tomás?
—José Tomás representa un revulsivo para la fiesta de los toros y un salto cualitativo para la tauromaquia. Su aura de torero simbólico, saca al toreo de sus parámetros habituales y lo instala en esa segunda realidad oculta que tienen las cosas, que las asoma al mundo de la magia y el mito. Su faceta de creador hace transitar al toreo a una nueva dimensión da más altas cotas. Su retorno ha sido un bien inestimable para la defensa de la Fiesta.
—Hay espadas que vienen apuntando alto, ¿qué puedes decirnos de algunos de ellos?
—Hace cuatro años, los empresarios tenían problemas para cubrir los extensos abonos actuales, hoy existe una magnífica baraja de toreros que realzan el interés de las ferias. En particular, destacó la pasada campaña, Miguel Ángel Perera; pero ahí andan Manzanares, Cayetano, Castella, Talavante, etcétera, que aportan savia nueva al interés de los carteles. Eso sin nombrar a los ya consagrados como El Juli y Ponce, o a veteranos en un gran momento como El Fundi.
—¿Qué ha significado Sanlúcar en tu vida?
—Un paisaje humano, sentimental y físico donde me siento tan a gusto que ya hace dieciocho años que vivo aquí y casi no me he dado cuenta del paso de los calendarios.
—¿Entiende la gente de Toros o es todo pura adrenalina?
—Hay gente que entiende de toros y hay quienes van a ver un espectáculo buscando divertirse, emocionarse o yo qué sé qué sensaciones. Sin embargo, el toreo es un arte demasiado profundo como para quedar reducido a morbo o adrenalina, como tú dices.