Cuando uno entra a la sala de exposiciones Caja Sur lo primero que nota es un suave olor a frutos rojos, a medida que avanza la música se une al aire perfumado, acariciando nuestros oídos con suaves melodías que nos transportan a lugares más tranquilos, todo preparando el impacto final que sucede cuando vemos el primer cuadro... y nos atrapa. Si lo tocamos, notaremos que tiene relieve, que podemos sentirlo no solo con el corazón sino también con nuestras manos. Porque Oceánica es, al fin y al cabo, un tributo a esa naturaleza que se arraiga en el interior de nuestra humanidad.
Todas y cada una de las obras de la exposición tienen como leitmotiv la belleza del planeta, esos paisajes naturales que quitan el aliento y hacen que afloren en nosotros recuerdos primitivos, de cuando las grandes metrópolis nacían de semillas y el cemento se tornaba un concepto desconocido. Aunque tratemos de olvidarlo nosotros también somos animales, la consciencia nos ha dado la capacidad de admirar las obras que la Madre Naturaleza ha creado tras eones de cambio y eso es, en mi opinión, el regalo más bonito que se le podría hacer a un ser vivo.
Podríamos haber nacido en un lejano pasado en el que no existía nada salvo fuego y caos, en un lejano futuro en el que ya no queden estrellas; y sin embargo aquí estamos: en una época en la que las ballenas surcan los mares y los cielos se sonrojan al llegar el ocaso, una época en la que la aurora boreal tiñe las noches más oscuras y la selva amazónica rezuma vida, una época en la que como humanos, podemos disfrutar de la diversidad de este planeta. Y eso es precisamente lo que Oceánica trata de transmitir.
Desde la delicadeza de las flores que crecen en la nieve hasta la explosiva belleza del Mauna Loa, pasando por las cálidas aguas del Mar de Andamán y los gélidos paisajes de Laponia, la exposición nos muestra los regalos que nos ha hecho el mundo en una oda a la naturaleza. Nos mete de lleno en las aguas de nuestro subconsciente para despertar en nosotros sentimientos que el gris del mundo moderno puede lograr que olvidemos.
Pero cuando las luces se apagan todo gana una nueva dimensión: nuevos colores, reflejo de ese carácter impredecible del planeta, se arremolinan en la sala cambiando la forma de ver los cuadros. Temer la noche, la oscuridad, es algo que el ser humano lleva siglos haciendo. Pero para el mundo es tan solo otra forma de brillar, acariciando con nuevos colores el oscuro lienzo de las sombras para hacer gala de esa belleza que es tan asombrosa como cambiante.
Si algo consigue esta exposición es arrancarnos de este mundo urbano y devolvernos a nuestras raíces. A veces me pregunto qúe pensaría el primer hombre de las cavernas que miró al océano y fue consciente de su preciosidad, ¿derramaría una lágrima? ¿Se le erizaría el vello? ¿Se sentiría pequeño? Quizá tan solo paró a descansar, se sentó en la arena y disfrutó hasta sentirse pleno, tal y como seguimos haciendo eones más tarde.