El tiempo en: Campo de Gibraltar

El jilguero y la gaviota

Encontré su espalda apoyada en la arena. Miraba al sol con los ojos abiertos. No lo veía, sólo lo miraba. Era un montículo tierno de tierra mojada...

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Encontré su espalda apoyada en la arena. Miraba al sol con los ojos abiertos. No lo veía, sólo lo miraba. Era un montículo tierno de tierra mojada. Y allí se auto complacía de lo bien que estaba todo. El calor. El frescor. El arrullo del mar. Todo era perfecto. Todo estaba hecho para él. Pero estaba solo.

Después de haber salido de la jaula sólo tenía que aprender a mover las alas para volar. Demasiado esfuerzo para su corazón acostumbrado a tener el buche siempre lleno.

Supe poco después que aquella gaviota le traía pescado fresco de su pico. Le trenzaba algas sobre sus plumas. Y el precioso jilguero engordaba y crecía sin cantar aún una sola canción. Sólo de cuando en vez, al ponerse la tarde colorada, apilaba piedras a su alrededor. Al suyo. Y al de su gaviota. Como si fuera un nido. Sólo como si fuera. El mar se hizo de invierno, tras pasar la primavera de puntillas y el verano corriendo con los niños descalzos de la playa. El otoño cayó desprevenido. El frío se hizo mar y el mar invierno. Azul y gris. Y negro y blanco. Oscuro, incierto. Rayos de luz inesperados y sonoros.

El precioso jilguero no sabía cantar. A la gaviota se le agarrotaron los músculos de las alas. No quedaban ya algas ni pescados. A la orilla llegaban las maderas de los restos de un naufragio. Y conchas. Conchas, caracolas de colores y cangrejos andando hacia atrás. Mientras crecía y engordaba. Hermosa ave del paraíso reconstruida.
La gaviota oteaba el horizonte. El viento empujaba en la dirección equivocada. ¿O es que equivocaba la gaviota su manera de encararlo?

Me contaron que en la punta de sus plumas se olvidó la luna de pintar su plata. Famélica y perdida, sólo encontró un montón de piedras apiladas. Una muralla.  Un águila rapaz de agudo pico la miraba a través de sus ojos amarillos.
Aprovechó la ráfaga olvidada y voló. Voló a través de la pequeña empalizada.Encontré su espalda apoyada en la arena. El jilguero jamás vería el sol. La muerte nunca viaja en la dirección equivocada.
Moraleja: para salir de la jaula es preciso mover las alas.

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