Los académicos de Hollywood llevan algunos años flirteando con el esnobismo cinematográfico. A lo largo de la última década han premiado a títulos tan inesperados como
Parásitos, Moonlight, Birdman o
The artist. Sin poner en duda sus virtudes cinematográficas, su elección parece competir más con la visión de un jurado europeo que con la de la taquilla, que es lo máximo a lo que aspira cualquier película ganadora de un Oscar, en respuesta a un cliché consolidado durante décadas.
Nomadland forma parte, a priori, de esa tendencia en favor del cine de autor, del rebuscado prestigio en favor más del galardón que de la película en sí, aunque el tercer trabajo de la interesantísima Chloé Zhao está más cerca del drama convencional que del cine experimental, bajo un prisma delicado, agrio e intenso, particular, sí, pero atento a una narrativa comercial.
Basada en el libro de la periodista Jessica Bruder,
País nómada: supervivientes del siglo XXI, la película recorre y cuenta la historia de una mujer viuda, a lo largo de todo un año, mientras viaja en su hogar-furgoneta de estado en estado buscando trabajos temporales después de que quebrara la empresa para la que trabajó durante la mayor parte de su vida. Esa mujer tiene el rostro de Frances McDormand, aunque logra convencerte muy pronto de que presta su piel y sus emociones a esa otra mujer, sola, desamparada y desheredada que, a medida que avanza por la carretera, va cruzándose con otras muchas mujeres y hombres que como ella hacen su vida en una caravana con la que van acampando junto a las ciudades donde logran algún empleo.
El mérito de Zhao no es solo servirse de esta road movie para atravesar el país, sino para hacerlo al mismo tiempo con el alma de ese mismo país y mostrarnos la cara b del sueño americano -“somos como los antiguos pioneros”, recalca una de las protagonistas para alimentar cierto espíritu de hazaña para subrayar el retrato de esa otra América real, que no profunda, que nos muestra de forma crítica y desesperanzada la película-.
Y Zhao funde a su protagonista con el paisaje, con la naturaleza, con los silencios, con la desprotección, con el pasado, para retratar una y muchas vidas a la vez, pero siempre marcadas por un drama al que han terminado por aceptar como peaje final, como triste e inevitable aceptación.