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CinemaScope

Jessica Chastain y el maquillaje de Tammy Faye

Los Óscar están plagados de películas prescindibles que alcanzaron su momento de gloria de la mano de sus intérpretes. Pasa con ‘Los ojos de Tammy Faye'

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Los ojos de Tammy Faye es el típico caso de película que solemos incluir en el apartado “a mayor gloria de...”; en este caso, Jessica Chastain, implicada asimismo en la producción del filme y entiendo que convencida de sus posibilidades de aspirar a la estatuilla de la mano de tan singular personaje, y pese a que lo hubiese merecido -preferido- antes por La noche más oscura.

La cinta, de hecho, cumple con un requisito básico para que su protagonista aspirase y ganase el Óscar: está basada en un personaje real. Durante la última década, nueve de las ganadoras de la estatuilla, incluida Chastain, daban vida a mujeres reales:  Renée Zellweger (Judy), Olivia Colman (La favorita), Meryl Streep (La dama de hierro), Helen Mirren (La reina), Marion Cotillard (La vie en rose), Julia Roberts (Erin Brockovich),  Reese Witherspoon (En la cuerda floja) y Nicole Kidman (Las horas).

Pero Los ojos de Tammy Faye también cumple con otro arquetipo al ser nominada dentro de esta categoría: el de película prescindible que alcanzó un pequeño momento de gloria de la mano de sus protagonistas, como ocurrió con The blind side (Sandra Bullock) o Monster ( Charlize Theron).


Basada en el documental del mismo nombre, The Eyes of Tammy Faye, de Fenton Bailey y Randy Barbato, la película cuenta el ascenso y caída de una popularísima pareja de telepredicadores evangelistas que levantaron un goloso y pequeño imperio gracias a los donativos de los cientos de miles de fieles que seguían cada semana sus programas de televisión.

No desvelo nada. La película, a partir de un mediocre guion, arranca, sin necesidad, por el final de la historia, bajo el empeño de subrayar que lo importante no es cómo acaba todo, sino cómo se ha llegado hasta ahí. En otras ocasiones ha funcionado, pero no aquí, ya que a la sucesión de lugares y momentos comunes a los que recurre el guion se le suma la dirección plana de Michael Showalter, más preocupado por los primeros planos de Chastain -y del extraordinario maquillaje de Chastain, premiado también con merecimiento con el Óscar- que de imprimir ritmo, originalidad y un trasfondo más crítico a una historia descompensada entre lo que no deja de ser el relato de un estafa y el retrato psicológico de su protagonista.

Habrían brillado tanto la película como Chastain, que hace un gran trabajo, muy  por encima de su pareja en el filme, Andrew Garfield, soso e intenso, como acostumbra.

 

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