El sevillano Fernando Franco, cosecha del 76, vuelve a ponerse tras la cámara cuatro años después de realizar la notable ‘La herida’. Y lo hace con la adaptación de la novela homónima del eminente dramaturgo y escritor austriaco Arthur Schnitzler, algunas de cuyas obras han sido llevadas al cine por talentos como los de Max Ophüls (‘La ronda’, 1950) o Stanley Kubrick (‘Eyes wide shut’, 1999).
‘Morir’ no es una exaltación romántica del final de la vida, ni una película espiritual, ni se nutre de ningún tipo de trascendencia o sentimentalidad. Es, por el contrario, tan contenida y despojada, como finalmente emotiva. Tampoco se centra en el paciente, aunque la hoja de ruta sea marcada por él, sino en su pareja y cuidadora.
Retrata con precisión entomológica la crisis de una relación, otrora estrecha y feliz, cuando lo irreversible se hace presente de una manera esquinada, arbitraria, y también engañosa, por parte de quien lo sufre. Un hombre tan doliente como tiránico, que impone sus normas a la mujer que le ama, aunque las suavice con algunos, escasos, gestos de comprensión y de cariño.
Que la obliga a aislarse de su entorno amistoso y social; a ser la única testigo de su deterioro; a convertirse en enfermera a su pesar; a desdeñar sus cuidados tanto como a exigirlos; a dejar un trabajo que le gusta y que no la espera; a integrarse en una dinámica claustrofóbica y sin salida el tiempo que le queda; a ignorar sus sentimientos y emociones, en aras de un egoísmo incapaz de ver más allá del mal que le consume.
La narración de estos hechos no está enfatizada, ni es esquemática, sino que va revelándose en el transcurrir de los días con algún salto temporal que obliga a repensar lo anteriormente visto. Tampoco es maniquea con el comportamiento masculino, pues sabe transmitir asimismo su extrema vulnerabilidad, aunque se manifieste de esa forma tan ingrata.
El dolor es mutuo, pero lo percibimos especialmente en y a través de ella. Dolor, frustración, enfado, afecto y empatía que apenas si pueden expresarse, incomunicación, soledad radical y asfixia de los que son testigos el mar, un paisaje tan hermoso como desolado y la casi omnipresente lluvia. Fundir en negro el futuro no es ni lírico, ni poético, ni fácil … ni para quien se va, ni para quien se queda.
104 minutos de metraje. La escribe también el propio Fernando Franco. La excelencia de su fotografía se debe a Santiago Racaj y sus piezas, escasas, de música, obsesivas e inquietantes, a Maite Arrotajauregi. El tándem protagonista, pareja en la vida real, es extraordinario. Andrés Gertudrix demuestra, una vez más, su talento pero Marian Álvarez está, sencillamente, pasmosa. Todos los reconocimientos le son debidos, como la nominación a los Goya. Nadie, en su sano juicio cinéfilo, debería perdérsela.