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‘El castillo de cristal’: Padre e hija

Una niñez miserable, carente de las necesidades y comodidades más elementales, marginada y disfuncional, en la que los hermanos tuvieron que apoyarse entre sí

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Destin Daniel Cretton es un productor, guionista, editor y realizador estadounidense, nacido en Hawái, de la cosecha del 78. De su filmografía, recordamos especialmente la sensible y emotiva ‘Las vidas de Grace’ (‘Short Term 12’) fechada en 2013, sobre la supervisora de una casa para adolescentes con problemas, encarnada con talento por Brie Larson.

En la película que nos ocupa, el director ha adaptado al cine, con guión de Marti Noxon, la novela homónima autobiográfica de su compatriota, la periodista y escritora Jeannette Walls, de la cosecha del 60. De 127 minutos de metraje, su fotografía matizada y dramática la firma Brett Pawlak y su banda sonora, jalonada con hermosos temas country, Joel P. West. En su atractivo reparto, destacan de nuevo Brie Larson, además de Woody Harrelson y Naomi Watts, de los que se hablará más tarde.

La historia alterna el presente -la protagonista convertida en una periodista de éxito, prometida con un alto ejecutivo, viviendo en el Nueva York más elitista y a punto de casarse- con un pasado familiar radicalmente opuesto, del que se avergüenza y al que abomina. Ambos tiempos vitales acabarán por confluir, mal que le pese, y la llevarán a tomar decisiones trascendentales para su futuro.


Narra la infancia errante, paupérrima y descuidada -por una madre pintora comprometida sobre todo con su arte y un padre alcohólico lleno de fantasía, egoísta y carente de cualquier sentido práctico- de cuatro menores, tres chicas -la propia Jeannette, Lori y Maureen- y un chico, Brian.

Una niñez miserable, carente de las necesidades y comodidades más elementales, marginada y disfuncional, en la que los hermanos tuvieron que apoyarse entre sí y cuidarse mutuamente. Dentro de ese terrible modus vivendi, el relato, si bien muy coral, se centra fundamentalmente en las relaciones del padre con la autora, su hija favorita.

Unas relaciones presididas por la devoción de la niña hacia un progenitor tan problemático como encantador, tan desatento como carismático, tan cómplice como irresponsable, al que finalmente desenmascara en toda su crudeza, cortando el estrecho cordón umbilical que la unía a él.

Dichas ambivalencias y antagonismos sabe resolverlas bien el director, que sin embargo, desde el punto de vista de quien esto firma, se escora más hacia la emotividad más explosiva, sin dejar por ello de ser cruel, que hacia la dureza y contención que unos hechos tan desgarradores hubiesen requerido. Y esa conclusión… es tan improvisada como decepcionante.

En cuanto al reparto, Larson resulta algo envarada, Woody Harrelson, tan potente e intenso como desaforado, Watts, correcta aunque sin demasiados registros. Los mejores, los hermanos en sus versiones infantiles y adolescentes.

Prometía más, aunque no carezca de valores. En cualquier caso, debe verse. Pero apresúrense en hacerlo, pues no va a durar mucho en cartelera.

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