Cada amanecer, cada día podemos convertirlo en una aventura, lo que no debemos no tomarnos la vida en serio, ya que nunca saldremos vivo de ella. Por tanto hemos de echarle sentido del humor que es en muchas ocasiones el más necesario de la fiesta de nuestras ventanas al mundo y hay quienes no son capaces de salir de la rutina soporífera e inaguantable donde no hay sorpresa que nos ilumine, y todo lo damos por sabido y esperado.
Continuamente, frente a nuestros deseos de revolución, corramos a por nuestros sueños, si no lo alcanzamos, por lo menos haremos deporte, y transformemos radicalmente nuestras vidas sin caer en la tentación de dejarnos llevar, sin tener iniciativas, y cruzar los brazos para que todo siga igual, y nada cambie ni se modifique, en definitiva para continuar cultivando el movimiento de lo inmóvil.
No debemos olvidar que hay dos palabras que nos abrirán muchas puertas, tirar y empujar. Tal vez una de las claves para hacer de nuestro caminar por el mundo una experiencia digna de ser contada, original y agradable, sea algo tan serio como interesarnos por los demás, y salir de nuestra torre de marfil y mirar alrededor de nosotros todos los días con nuevos ojos, pensar que los otros pueden y deben ser sujetos y objetos de nuestros afectos, de nuestra amistad, y de lo positivo de nuestras relaciones.
Distingámonos de aquellos, que solo ven a los otros, como máquinas de conflictos, y cuando veamos que corremos peligros de que esto nos ocurra, y que las preocupaciones, las contrariedades o los pensamientos negativos invaden nuestras mentes, pongamos unas gotas de ”positivina” en lo que estemos tomando, y abramos de par en par las ventanas de nuestros sentidos al trueno de la alegría, con toda su carga de energía, que tire de nosotros como un imán en busca del tesoro de la ilusión.
A veces, puede ocurrir que a pesar de nuestros esfuerzos, algunos sujetos se empeñen en amargarse la vida, y no lo podamos impedir, no le hagamos el juego, seamos nuestros mejores amigos, y nos sofoquemos ni nos irritemos inútilmente. No podemos forzar a nadie a ser felices, pero tampoco ningún insociable nos debe introducir en su angustioso, frustrante y negativo universo por el mero hecho, de que eso le produce placer. En este caso, estimular el sadismo me parece poco humano, pero más estéril resulta practicar el masoquismo.
Resulta inútil lamentarnos y llorar todos los días por nuestra poca fortuna, no creamos que estamos determinados por nuestra mala suerte, este sentimiento además de privarnos de descubrir las cosas buenas y bonitas de la vida, nos provoca n malestar interior que pondrá lagrimas donde debería haber sonrisas y sufrimientos que nos impiden gozar de nuestras posibilidades.
Si los demás no lo hacen nos debe importar un bledo, seamos generosos, ayudemos a quien nos necesita, es una forma de ayudarnos a nosotros mismos, ya lo decía Tolstoi, “quien hace sufrir al prójimo, se perjudica a sí mismo”
Cuando propongamos una idea que suponga un cambio, estemos preparados para no tener la mejor acogida, seamos fuertes ante la resistencia de los demás, pero provocar nuevas experiencias, modificar las cosas y las situaciones, es la sal de la vida, tenemos que ser insistentes y persistentes y luchar sin descanso para no aceptar sin más las arbitrariedades, las injusticias y falta de compromiso con nosotros mismos y con los demás.
En esta feria de lo sorpresivo, intentemos decir las cosas de manera que no puedan ser malentendidas, empeñémonos en mejorar cada día nuestras dotes comunicativas, pero claro está en el proceso no podemos olvidar que existen emisores y receptores, y si alguien persiste en no expresarse bien o entender correctamente lo que se dice, no hay forma humana de comunicarse, y todo quedará en na sucesión de monólogos sin sentido hasta el cansancio y el aburrimiento.
Por encima de todo, si aspiramos a disfrutar de nuestra existencia, confiemos en nosotros mismos, si no es así, no podremos exigírselo a los demás. Seamos pacientes y constantes, si damos un golpe de pico cada vez, con el tiempo desaparecerá la montaña.