Dentro de aquel enorme vergel, un árbol había sido señalado de modo específico. Cuando la primera primavera de la vida hizo su aparición, las flores cubrieron sus verdes y enervardas ramas y hojas. El Jardinero Supremo tenía bien ordenadas y enunciadas cada planta de aquel paraíso y a este árbol se le designo como “el de la ciencia del bien y del mal”, de atractivos frutos.
Quiso el Propietario de toda aquella creación, como todo Ser único, que su obra no quedara en el olvido, que alguien fuera capaz de reconocerla y recordarla y dio parte de sus más preciadas cualidades, inteligencia y memoria a dos figuras por él esculpidas, hombre y mujer, a los que hizo partícipes de todo aquello que en el vergel existía, pero señaló: nunca toméis el fruto de este árbol mencionado, porque si así lo hacían, serían expulsados de aquel recinto. Fue noble y para que pudieran cumplir con esta imposición, les regaló una nueva capacidad; la voluntad de elección, pero el reptil que ya tenía que arrastrarse, si quería tener vida y sustento (hecho que se repite continuamente) tenía en su cuerpo el veneno, la hiel que toda envidia engendra y su vil lengua acariciando el fruto fue la forma engañosa de señalarle a aquella inocente pareja, que tomaran uno de ellos y lo mordieran para saber qué tipo de sabor tenían, aunque con ello desobedecieran a la mano que todo se lo había dado.
Ya estamos desterrados. El bien y el mal han salido de su envoltura. Ahora comienza la vida terrena. El pecado, el mal, nació a la sombra de un frondoso árbol, de fascinante y encantador fruto, ofrecido por un rastrero, deslenguado y ponzoñoso ser vivo (hecho que también viene ocurriendo en nuestro tiempo) que dominaba con su capacidad de seducir.
El huracán arrastra lo que el fuerte viento no ha sido capaz de movilizar y tras la desobediencia llegó el crimen. No fue el interés propio, sino como dice el poema, “la envidia de la virtud, la que hizo a Caín criminal”. Creó el terror, pero hoy día, vistas las circunstancias, sería un ángel.
Cuando el pecado es conocido por la comunidad en que se vive pasa a denominarse delito y surge la figura del delincuente. La debilidad del ser humano es el argumento más utilizado para que el pecador busque su remisión. El perdón es el veredicto que persigue y desea conseguir. El arrepentimiento, la máscara que se renueva cada vez que se comete un nuevo delito.
Hubo sentencia para estos actos que describo y son bien conocidos. El Ser Supremo perdona, pero la sentencia hay que cumplirla. El ser humano lleva siglos envuelto en llamas y miedos por el posible castigo que la otra vida le aguarda, si se doblegó ante el mal.
No somos dados a la lectura -como ahora estamos conociendo-, ni nos gusta la enseñanza de aquellos que han conseguido una altura cultural y sabia superior a la nuestra. No leemos bien porque nunca hemos comprendido el sentido metafórico de las expresiones o el engañoso del eufemismo y, por ello, ahora nos enfrentamos a otra realidad diferente. El infierno no es lo que creíamos y lo comunica el “Magisterio” que previamente nos hacía creer en su existencia. Es solo un estado del corazón, del alma, de una postura frente a la vida, a los valores, a la familia, a todo. El purgatorio, una especie de play-off para recuperar confianza y esperanza con vista a una fase final, ya había sido eliminado. La metáfora, una de las cualidades más sublime del pensamiento, es ahora una figura tosca, retorcida y arcaica en cerebros que tienden a alisar sus circunvoluciones. El eufemismo es el raquítico remedio que nos lleva de la disminución a la incapacidad, pero sin ninguna posibilidad curativa. La ignorancia es un todopoderoso del planeta. La soberbia un “bastón con mando en plaza”. El engaño un cambio en la indumentaria para convencer a las masas de que la figura permanece indemne al cubrir su degeneración. El interés y el oro se han hecho sinónimos en los bolsillos de los que lo manosean. El “ideal” es la limosna que se le da al pobre pueblo, obligandolo cada día a tener que volver a pedirla. Igualdad y mediocridad son las cortinas del indolente despacho del poder.
Todo consecuencia del fallo inicial que nos llevó al destierro y ahora queremos alarmarnos porque en nuestro horizonte vemos como se nos acerca con paso vertiginoso, la realidad de la “amnistía”. Es una nueva anulación superior a la del infierno y purgatorio, porque no precisa perdón, ni arrepentimiento, solamente olvido y folio en blanco, sin mácula, donde solo pueda escribirse por el escribano amaestrado que quien recibe esa dádiva es un dios en la tierra, al que no podíamos consentir que se le crucificara (y las ganancias a medias).
Dios fue sabio al desterrarnos. Nos vengamos asesinando a su hijo y ahora que ambos queremos dejarlos en la lejanía, los cuchillos se dirigen hacia esa masa qué entre silencio y responsabilidad, llevan sobre sus espaldas el peso del verdadero progreso, económico y social de la nación. Vivir tranquila y serenamente dedicado a su familia, a su profesión y a sus aficiones, debía ser normal, pero hay un mundo anormal que dicta y manda. Nunca será posible una vida paradisiaca estable mientras existan los reptiles.