“La ambición seduce, el poder corrompe”
Marzo. Los días 13 de cada mes, excepto, entre otros, marzo, que se celebra el 15, eran conocidos por el calendario romano como los “idus” y el de este mes, dedicado al dios de la guerra, como “los idus de marzo” y eran jornadas, por lo general, de buenas noticias hasta que uno de ellos fue asesinado Julio César y a partir de entonces el calendario los identificó con jornadas de acontecimientos singulares a raíz de los cuales se podía alterar el destino de las cosas. George Clooney usó la idea en una reciente película donde se relatan los entresijos entre dos directores de campaña a las presidenciales en EEUU, el juego sucio entre ellos, el habitual affaire sexual con la típica becaria mona deslumbrada por la brillantez del político trajeado y de verbo fácil y las relaciones, de falsa amistad mutua, con la prensa, que es lo que hoy me mueve, y ese idus de marzo, se entiende, provocó un acontecimiento que alteró el devenir de la campaña en base a una cuestión: ¿Qué es más importante: la carrera, la victoria o la verdad?
El jardín de las maravillas. Como no pocos son los que preguntan a este humilde tecleador de la palabra el origen de la idea, me explico. Hace años, casi veinte -uf-, un por entonces joven político de un pueblo de la costa de Cádiz me citó a un café de tarde ante la siguiente cuestión: dudaba si aceptar ser candidato a la alcaldía por su partido porque el enemigo político estaba filtrando su clandestina homosexualidad y, en este pueblo de entonces, aquello no era para nada un buen cartel electoral, mucho menos cuando aún se cobijaba dentro del armario y su anciana madre desconocía tan, más hoy que entonces, natural tendencia. Yo, joven, ni pude mojar el trozo de bizcocho en la humeante taza ni, reconozco, supe dar el consejo que me pedía: eso sí, editorialmente prometí consuelo de explotar aquel sucio juego. De vuelta aquella tarde paramos en una librería, ahora convertida en tienda de golosinas –internet está asesinando a libreros y editores y lo hace a cuchillo y en directo- y me regaló un libro, edición bolsillo: Bomarzo, obra cumbre de Mújica Laínez en la que relata la vida del “contrahecho, cínico e intrigante” duque Pier Franceso Orsini, noble italiano del siglo XVI, que tras la trágica muerte de su mujer ordenó construir a diferentes artistas del renacimiento italiano un jardín donde, a través de diversas esculturas, quedara reflejado el dolor tan inmenso que sentía por la pérdida de su hasta entonces amada esposa, Giulia Farnese. Hoy este jardín es reclamo turístico en la localidad italiana de Bomarzo, provincia de Viterbo.
El libro me cautivó por el cruce de sentimientos e intrigas, porque está muy bien escrito y porque, reconozco, se mezcló con la historia que le precedía, ya que aquel joven benefactor literario decidió no ser candidato, hizo las maletas y se marchó lejos para no volver. A uno, joven pluma entonces, aquello le hizo el primer rasguño en este apasionante mundo de comunicación y política, luego vinieron cientos de arañazos y sobre ellos un callo, claro está. Mucho han cambiado las cosas en materia tecnológica y no tanto en cuanto a la condición humana que nos rodea, que sigue siendo parecida de entonces a ahora y, redimensionada, lo es entre la campaña presidencial en EEUU o los entresijos malévolos y torticeros de un pueblo de Cádiz para apartar de la carrera a un candidato. Todo se parece.
Y en esta sociedad de la información donde hoy todo se conoce al minuto, donde la crisis y la tecnología están removiendo los cimientos del sector para orientarlo hacia nadie sabe muy bien dónde, donde internet lo engulle todo como un insaciable devorador de negocios ancestrales y donde el ciudadano, de pronto, participa como parte activa de la información y ha tomado conciencia de que puede dejar de ser solo el objeto finalista de la misma, -a pesar del escozor que ello provoca en los viejos defensores del sistema-, éste de aquí, tecleador, insisto, de la palabra y no por ello, en absoluto, convencido de la verdad, abre las puertas de su jardín cultivado cada fin de semana y lo hace en la idea básica de contar cosas, más o menos de interés, más o menos desde una óptica distinta o, si cabe, personal, más o menos como zona neutral, quiero imaginar, amurallada donde no se cuelan las balas de la guerra a pesar de los intentos de avezados francotiradores y donde, por encima de todo, no se ponen condiciones porque nadie custodia la entrada: es libre y gratuita. Algunos, que ya se cuentan por miles y por ello, sonrojado, me doblo todo entero en señal de gratitud, dejan tarjeta de visita, admitidas siempre que guarden el mínimo respeto al entorno, y otros traen historias cual macetas floreadas para completar tramas, que otra cosa no me queda pero de buenos amigos presumo lo mío. Esto es, no más. Ni menos.
Los idus. Y como marzo, según calendario, puede ser mes de cambios he comprado la idea para mostrarme hoy, prometo que no más, íntimo y cercano, y aunque la podría enlazar con la marcha de Pablo Carrasco a, parece, La Sexta porque ahora solo cobra 78.522 euros frente a los 120.000 que asalariaba en julio pasado y debe afrontar la negociación de un convenio colectivo que afecta en Canal Sur a nada menos que 1.600 personas y el debate, paralelo, de qué hacer con ésta y con otras televisiones públicas locales que le cuestan muy caras al contribuyente, o, muy acorde con la idea por la fecha, ese cambio en Roma con un Papa jesuita y latinoamericano que muchos pronostican como determinante para el futuro del catolicismo aunque yo comulgue lo justo, o la manía que a todos les ha entrado con pedir perdón, como si con eso bastara, desde que lo hiciera el Rey por matar a un elefante en Botsuana, hoy no lo haré, ni quemaré ideas en cuatro líneas.
Hoy me ha movido esta época de cambios que vivimos y esa relación entre políticos y prensa, que siempre ha sido como un cóctel que combina amor fingido y odio oculto; el “no te fíes de ellos” ha sido y es una constante entre dos mundos que, cual vasos comunicantes, mezclan necesidad mutua con consecuente uso. Pero esta sociedad de la información tecnológica y avanzada permite zonas neutras como pretende ser este jardín, que crece abonando historias frente a esa hipocresía que algunos presentan como un lubricante porque, dicen, no hay relación social que soporte un constante ejercicio de sinceridad. Opino que con la que cae y la que queda, nadie se confunda, la cosa no está para adornar la realidad con cuentos chinos y, por Dios, que nadie venga hablando de brotes verdes cuando lo único que brota es mala hierba porque ninguna otra cosa se ha sembrado. La verdad duele más, cierto, pero desde ella se diagnostica mejor la cura y ojalá lo que hoy pasa sea como ese punto en el calendario desde donde arranque el cambio necesario y este y otros espacios hallen luz para contarlo.