Las estructuras de los partidos políticos caminan básicamente sobre dos patas, una en la gestión institucional y/o labores de oposición según toque y, otra, en el siempre resultante tenso debate interno orgánico donde se discuten o se imponen liderazgos y, de ellos, las líneas de sucesión suelen resultar el capítulo estrella. Y se produce sucesión cuando, por arriba o por abajo, por sondeos de intención o por otras razones pierdes los apoyos para mantener la posición de mando o cuando, por cansancio, estrés, causas pendientes en juzgados, enfermedad o edad, decides dejarlo, pasar a otra esfera con menos foco, pero siempre controlando el cambio de testigo porque innato al poder va ligado el hecho, considerado casi derecho, a cederlo controladamente a quien, una vez instalado, tiende a no reconocer tutelas y, con pleno derecho también, suelta ligaduras al segundo día. La historia reciente está repleta de ejemplos.
Llegados aquí, y afino, tanto el que mide la cesión del testigo como quien aspira a cogerlo dibujan en su mente una estrategia política donde, a modo de serial televisivo, detallan el guión completo que han de recorrer para llegados al capítulo final se produzca la escena pretendida gracias a un proceso sucesorio controlado, con el menor ruido y daño interno posible y, de darse la situación, coincidente con un momento político adecuado al entorno social, orgánico y de máxima debilidad en tu principal oponente en urnas. Los de dentro saben perfectamente a lo que me refiero, los de fuera, que son la mayoría, no tanto. Sigo con mi guión de hoy.
San Telmo. Este es un palacio políticamente muy codiciado, de hecho muchos ansían pasearse por él siendo el centro de las miradas que por allí circulan. En él se han sucedido varias líneas de poder, todas ellas dentro de un mismo partido, el PSOE, ahora necesitado de IU para sumar gobierno y que, añado, ha dado un paso estético importante tras la sucesión de mando hacia Antonio Maíllo postulándose como formación alternativa solvente para el voto de la izquierda, lo cual lleva al PSOE a vigilar, de un lado, a ese eterno oponente hoy descabezado que es el PP andaluz y, de otro, a su actual socio de gobierno con quien sintoniza, a la fuerza, en el modelo de gestión pero que crece y mucho porque engrandece su imagen, sin desgastarse, con la suma de la foto institucional pero sin abandonar la pancarta de la reivindicación social y, con ambas líneas políticas, aumentará espacio parlamentario para venderlo cada vez más caro e, incluso, los más optimistas sueñan con intercambiar papeles. Zarrías, zorro viejo, jugó siempre con otra alternativa y de ahí los años de gobierno junto a ese PA que malgastó su tiempo pero etapa que al PSOE le vino perfecta para convertir a IU en solo una sombra molesta en el Parlamento. Ahora no se da ese escenario. Solo, a priori, tienen un socio posible; el PP, hoy, ni socio posible ni líder palpable.
El presidente Griñán, cultivado, muy leído y ciudadano habitual del mundo de las ideas, sabe varias cosas: el PP-A está machacado en un proceso de liderazgo interno que nadie vislumbra en cómo terminará, con Zoido solo pensando en borrarse cuanto antes para no perder Sevilla en el trayecto y con un descrédito general interno a consecuencia de los sobresueldos que, dicho sea de paso, tiene muy, muy molestos a la mayoría y, para cada día más personas, solo el nombramiento de Arenas como Ministro –tal vez en septiembre, apuntan- y el otorgamiento para él otra vez de plenos poderes para elegir candidato y poner orden puede parar la sangría, sabe también, Griñán digo, que salvo derrumbe no previsto su partido tiene garantizado el gobierno andaluz con IU, independientemente del precio, los próximos seis años –dos más cuatro-, sabe que la siguiente batalla política y orgánica para él y su agrupación, una de las más fuertes del país, está en Madrid, donde debe instalar su poder con mando en la sucesión de Rubalcaba, sabe que tiene controlado su partido en Andalucía en una mayoría importante salvo reductos en Cádiz y Jaén y poco más, sabe que si vuelve a ser candidato lo sería con 70 años y concluye, me da, que no le apetece prolongarse. Con lo cual sabe que o anuncia ya –y ya es ya- que no va a ser candidato, reviste la sucesión con primarias en Andalucía porque no puede defender una cosa en Madrid y hacer otra aquí, y acomoda el camino para que sea Susana Díaz, Consejera de Presidencia, su sucesora porque a él le gusta, ella es mujer, joven, ambiciosa y quiere y no es casualidad que se esfuerce en ir a todo y en controlar el gobierno y el partido más que nadie, o bien deja la decisión para dentro de cuatro años, ya metido en 72, cuando seguramente el escenario político no sea tan propicio como lo es hoy. Y cuatro años más son para él siete después de la edad natural de uno jubilarse. Muchos. Demasiados para quien defendió la necesidad de que el partido debía renovarse y, de ello, el
chavismo pasó a la historia. O casi.
De decidir lo primero, mucho más sensato y acorde a una mente como la suya, hará lo posible por instalar en Madrid a su Vicesecretario Mario Jiménez porque, sin el jefe aquí, Susana será Susana en todo su femenino esplendor y ella no se distingue precisamente por tener un carácter que la permita ceder ante quien la considera una igual. La idea a Jiménez, cuya presencia en Huelva mengua y ese hueco lo ha cubierto con soltura y cercano manejo Ignacio Caraballo, le puede dejar el semblante descolocado ante lo que sería un leve tránsito incoloro por Andalucía camino de una selva de Madrid donde es fácil perderse y hacerlo para siempre, pero Griñán le puso no hace mucho en esta quiniela y esas cosas, garantizo, no son fruto de la espontaneidad, más bien parte de un guión establecido que persigue un final pretendido. Salvo Mar Moreno, que jugará su partido en el federal si la escena se lo permite, el resto de consejeros, de perfil mucho más técnico, aguardarán acontecimientos, de darse el caso, ante una posible sucesión primero en la candidatura y poco más tarde, previsiblemente, en el propio gobierno para, quizás, a un año de las autonómicas se escenifique el cambio en la Presidencia, con crisis de gobierno incluida, para que Díaz se rodee de confianza en la Junta antes de afrontar el proceso electoral. Los que de esto saben seguro que no me llamarán loco, quizás sin razón. Pero para todo ello e, insisto, de darse el caso –ya-, hay que salvar todo el proceso interno y conocido es que al PSOE le encanta transformarse en salamandra, ese bicho casi inmune al fuego que es capaz de regenerar los órganos que pierde con envidiable rapidez para seguir vivo y, valga el animal ejemplo, coleando. Y este proceso, ineludiblemente, pasará por unas primarias donde las voces críticas hoy ocultas pero invernando y a la espera, pocas pero insistentes, llamarán a filas, tal vez en su peor momento porque el escenario no ofrece un candidato alternativo solvente que ponga en duda las, pudiera ser, posibles e inmediatas intenciones de Griñán y Díaz. IU ya se ha movido hacia Maíllo, el PSOE puede hacerlo hacia Susana Díaz, ¿qué hará entonces el PP?
House of Cards. Esta serie protagonizada por Kevin Spacey, y cuyo título traducido al castellano es ese
Castillo de naipes que hoy me ilustra, cuenta las maldades de un congresista norteamericano que mueve todos los hilos para manejar el poder haciendo oficio de la estrategia política. Exagera muchas cosas porque es televisión pero mezcla con certeza situaciones que son similares en esos pasillos donde se cuece la vida orgánica política, y la sigo desde que alguien cercano, muy dado al estudio del hecho en sí, me la recomendó. Me encanta sobre todo cuando se detiene la escena y Spacey capta la atención de todos ocupando centro de cámara y, a modo de declaración pública, confiesa sus ocultas intenciones. Siempre sabe elegir el momento adecuado. Tal vez como la vida misma.