No voy a perder tiempo hoy en comentar lo guapo que queda nuestro Felipe VI vestido de Rey, tampoco daré cuenta de las preferencias que ya muestra el
susanismo sobre la candidatura de Pedro Sánchez,
El Guapo, a pesar de la supuesta imparcialidad anunciada porque, decían, era bueno para la “democratización” del proceso, ganas me quedan de hacerlo sobre esa cada día peor costumbre en política de no saber agradecer la fidelidad y, para según quién, la sitúan en
pack de fábrica como la estampita que va junto a la pantera rosa y eso no; desde luego no gastaré ni una sola palabra en ese estúpido deporte nacional en el que veintidós tíos hechos y derechos se disputan un pedazo de cuero ante la mirada del mundo cuando, propongo, no hay nada como releer las obras completas de Saramago... Hoy, en cambio, sembraré cauteloso y ajustado a derecho.
Antecedentes. Quince años fueron en los que una mayoría de gobernantes de casi todas las administraciones públicas basaban su campaña electoral en “dos huevos duros más” y los partidos, desde la oposición, centraban su crítica en la necesidad de gastar más y bajar los impuestos; no era correcto hablar del déficit que esto producía, si bien las matemáticas son una ciencia exacta. Años en que los ciudadanos medían la bondad de un gobierno por los muchos servicios que prestaban y las cuantiosas y diversas subvenciones que otorgaban, años en los que poca gente pensaba que colocar a su hijo en la administración, sin oposición, fuera un delito; en definitiva, una época donde se vivía por encima de las posibilidades, tanto en lo público como en lo privado y, como derivada, se alentó una crisis económica brutal. Cumpliendo la teoría del péndulo, los antecedentes nos han llevando a que los motivos económicos justifiquen todo cambio, incluso el de la Constitución, incluso el de su aplicación, incluso el de la mente y que necesitemos culpables concretos, con nombre y apellidos, para que caiga sobre ellos todo el peso de los errores del pasado, que si son responsables han de pagar pero, opino, tampoco habría que pasarse de rosca con linchamientos públicos. Cada cual determine, con honestidad, cómo contribuyó en aquella barra libre.
Jerez,
visto para sentencia. La fotografía de una ciudad como pueda ser Jerez, judicializada hasta límites insospechados, no está en ningún manual de
marketing; Pedro Pacheco, condenado y esperando el fallo del Supremo con el fiscal pidiendo más pena, abogados que estiman exagerada la condena por este caso en concreto, mientras otros aseguran que es lo justo. Pilar Sánchez, en espera de sentencia, con el fiscal pidiendo también aumento de pena e imputada por pagar la nómina de los trabajadores municipales con dinero de los fondos Zapatero para financiar obras -la norma obligaba a mantener el dinero en una cuenta restringida en espera de que fueran llegando las certificaciones de las obras para su respectivo pago. El dinero sacado de esa cuenta no se perdió y las obras tampoco, se hicieron y se pagaron. Para sorpresa de todos, el último día del juicio el abogado de Sánchez sacó una sentencia del TC que declara inconstitucional el artículo incumplido por la ex alcaldesa, con lo que el caso parece desinflarse-. Estos días ambos procesos judiciales han centrado la atención y todos entretenidos discutiendo si ambos dos merecen la hoguera o no, metidos según quién a juez, fiscal, verdugo o defensor. Creo que hay que creer en la justicia y espero que ésta concluya con lo que haya de ser justo en derecho.
El ERE. Vaya por delante mi absoluta solidaridad con los afectados, su desazón es comprensible –como la de todos que han perdido sus empleos-. No soy quien para discutir si antes de hacer un ERE quedan o no otras medidas por abordar, en todo caso pocos discuten que el ayuntamiento de Jerez tenía una plantilla sobredimensionada y hay, por contra, quien también afirma que muy grande era el volumen de servicios prestados. La situación económica de este ayuntamiento es conocida por muy deficitaria, esto no lo discute nadie y, a tenor del importe del desfase, en muchos años no se recuperará y esto si gasta lo mínimo y obtiene ingresos y, para eso, los planes de ajuste. Pilar Sánchez planteó un ERTE de unos 200 empleados que no fue apoyado ni por la oposición, ni por ningún sindicato y que el por entonces consejero de Empleo, Antonio Fernández, pese a ser de su mismo partido pero no bando, tumbó. En el verano de 2012 Pelayo aprobó un ERE, la Junta en este caso no puso pegas y 260 empleados fueron despedidos. El conflicto colectivo planteado por los sindicatos no se hizo esperar, el TSJA resolvió ERE improcedente, no ajustado a derecho por haberse realizado la selección de los despidos con absoluta arbitrariedad, algo que prohíbe la Constitución para las administraciones públicas, según recuerda la sentencia que, además, no entró a valorar el resto de alegaciones. Sentencia que ahora el Supremo revoca, declarando el ERE ajustado a derecho. Aún no se conoce el texto, sólo un breve comunicado del TS en el que resume el fallo y, ante ello, es conveniente ser cautos al no saberse en qué se basa para concluir lo contrario de la sentencia de la Magistrada Orellana. Voces dicen que este fallo era el menos esperado, dicen que parecía probable que ocurriera lo mismo que con el ERE del Ayuntamiento de Oliva, para el que el Supremo acordó devolver el expediente al TSJ porque, al declararlo nulo, no había resuelto sobre la procedencia o improcedencia. Y es que en el caso de Jerez, el TSJ, al declararlo improcedente por arbitrario, no entró a analizar si se daba o no la causa económica, por economía procesal. Por ello, muchos veían lógico que el Supremo hiciera lo mismo en Jerez que con Oliva y lo devolviera al TSJ, tesis, además, que mantenía el fiscal. Otros consideran no comprender el fallo y luego están los que, como es lógico, lo comparten. Opiniones para todos los gustos. En cualquier caso, ahora se reactivan las demandas individuales que se encuentran en suspenso hasta que se notifique la sentencia del Supremo y que versan sobre los motivos de selección de cada empleado, caso por caso.
Sea como fuere, muchos ayuntamientos con graves problemas económicos estaban a la espera de conocer el resultado de los tres ERES de Oliva, Jerez y Estepona y el de Tele Madrid. Los fallos, por el mismo orden: devuelto al TSJ, ajustado a derecho, en espera de sentencia y no ajustado a derecho. Por tanto, los únicos fallos que conocemos son el de Jerez, según el Supremo justificada la causa económica y válidos los criterios de selección, y el de Tele Madrid, donde dictamina que no se da causa económica y no hubo igualdad de trato en los criterios de selección. Y quiero incidir en la importancia de todo esto, tanto en el procedimiento en el que se puede dar por bueno un ERE como en el hecho en sí porque se está trazando un antes y un después en materia laboral para unas administraciones públicas que en muchos casos han sido usadas como nichos de organizaciones políticas.
Intuyo que tras las próximas municipales no serán pocos los ayuntamientos en crisis que se animen a adoptar esta medida y usen la experiencia de Jerez, de algo ha de servir la doctrina jurisprudencial que se está elaborando en estos momentos. Pero situaciones como la de Jerez deberían servir, sobre todo, para que se tome conciencia real de la necesidad que tiene el sistema de reorientar su administración pública para que ésta, que es financiada por el ciudadano, sea más eficaz, camine hacia una dimensión sensata en materia de personal, funcione en base al mérito profesional y no a la orientación política para ocupar puestos relevantes, crezca mediante criterios rígidos de selección donde mande la igualdad de oportunidades, tenga límites que nadie pueda traspasar y esté regulada sobre todo en base a convenios nacionales y no por el nivel de decibelios capaz de emitir según qué sindicato a las puertas de un consistorio, delimite el territorio para que el político no la use con fines partidistas porque su único objetivo es prestar el mejor servicio al ciudadano al menor coste y, remato, se arbitre con rigurosa justicia cuando no quede más remedio que despedir a personas. Ya sé, no existe el mundo ideal; no cuesta nada soñarlo.