Llega el complicado final de la cuesta de enero, y este problema hay que explicarlo bien. Aunque Yavé afirmó en la Biblia que el hombre se ganaría el pan con el sudor de su frente, no dijo nada sobre lo que nos iba a costar subir la cuesta de un mes como enero tan costoso y tempranero. Menos mal que los locos nos hemos informado bien y se lo vamos a explicar.
Dicen los libros del manicomio que hace mucho tiempo los meses de enero y de febrero
NO EXISTÍAN. Estos dos meses fueron inventados y puestos al principio del calendario por alguna mente calenturienta dispuesta a hacernos la vida imposible. El nombre de
Enero lo sacaron del latín
Ianuarium, puerta del año, de
Jano, que era el Dios de los comienzos, es decir, al primer tapón zurrapa. Y el nombre de
Febrero nació del latín
februarium, mes de la purificación, mes que dedicó la milenaria Cádiz al Carnaval para que sus calles pudieran purificarse de tanta orina como le llueve. Cuando no existían ni enero ni febrero, el personal tuvo que ser bastante feliz, porque no tenían que subir la maldita cuesta de enero, y de paso se ahorraban también la pamplinas de febrerillo el loco.
Por eso, antes, el primer mes del año era
Marzo, mes primaveral, que es cuando los romanos se preparaban para batallar, como si no tuvieran otra cosa mejor que hacer. Se llamaba así, porque estaba dedicado a
Marte, dios de la guerra, y de paso es un nombre que apunta al planeta Marte, al cante por martinete, al martillo pilón y a mi nieta Martina. Después de marzo venía el segundo mes,
Abril, nombre relacionado con el verbo latino
aperire, que en cristiano significa abrir. De ahí viene la palabra
aperitivo, que es lo que abre el apetito y es cuando comienzan a abrirse los brotes de las hojas y las flores. Luego se descolgaba
Mayo, tercer mes, dedicado a
Maya, diosa de la floración, aunque aquí se celebracon flores a María. A continuación llegaba
Junio, cuarto mes; aparecía en el calendario como dedicado a
Juno, diosa del parto y la fertilidad. Como si fuéramos pocos, vengan romanitos al mundo. El quinto mes era
Julio, asignado a Julio César por Julio César, quien quiso dedicarse a sí mismo este mes con sus 31 días, es decir, un completo. A esto se le llama agonía. Octavio Augusto, que no quiso ser menos que Julio César, se apuntaba
Agosto, sexto mes, y además también con sus 31 días, porque los celos y la calor lo mataban. Seguidamente venía
Septiembre, que era el mes número 7.
Y aquí, por culpa del inteligente que metió enero y febrero por delante, empieza el desfase entre el número del mes y su nombre. Hoy decimos que septiembre es el mes número 9, aunque su nombre responde al número 7, porque procede del latín
septem (siete), así como
Octubre viene de
octo (ocho) y hoy responde al número diez,
Noviembre de
novem (nueve) y hoy es el mes número once y
Diciembre de
decem (diez) y hoy lo tenemos como el mes número doce. Por tanto sería conveniente que los cuerdos se aclararan.
Total, que al no existir enero tampoco existía la cuesta de enero. Por eso los locos no entendemos el trabajo inútil que se está tomando Yolanda, la que se fue al quinto pino a reírle las gracias al delincuente prófugo del maletero. Quiere acortar la jornada de trabajo, cuando lo tiene fácil volviendo a aquel fantástico calendario en el que enero ni había nacido, ni se le esperaba. No se entiende.