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Vaporcito te quiero, ¿te queremos?

Cuando se cumple el tercer aniversario de su hundimiento, nada parece haber cambiado al respecto.

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Tres años sin el Vaporcito. Añoranza, recuerdos y pena. Demasiadas. Historia, sello, escudo y símbolo. El ser humano es capaz y sin rubor alguno de encontrar en el prójimo las miserias y las limitaciones que avergüenzan al espejo de la hipocresía y el cinismo.

Estamos tan acostumbrados y tan sociabilizados que lo asumimos con la naturalidad del que se siente con la verdad absoluta y poderosa de la razón. Porque siempre encontraremos una excusa para criticar una manifestación al considerarla inútil y estéril. “Hay que ir a las importantes”. Ni que decir tiene, que luego no los verás ni en éstas ni en las otras. Omisión total. No las hubo, no las habrá para recuperar lo perdido.

Ahora que con más motivos que nunca hay una razón para marcar la diferencia, para separar la paja del grano, para señalar y marginar, lo reconozco, me sorprendo y me defraudo una y otra vez, al ver a una parte de los que con actitudes y raciocinios legitiman a los que no le faltan razones para hacer a su antojo.

Criticamos la dejadez, miramos hacia otro lado. Hemos premiado, montado un club de fan al pillo, al impostor, al cara, al vago, al aprovechado, al sucio, al molesto, al incívico, al subvencionado. Responsabilidad cero. Ni pedimos ni exigimos. Padecer y ver la vida pasar. Tres años ya. Y los que quedan.”Ay, Vaporcito de El Puerto...”.

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