Con el recuerdo y con la impronta imagen surcando las aguas de la Bahía, debe ser la imborrable estampa del Vaporcito de El Puerto. Cuatro años después de su hundimiento, la motonave sigue arrumbada en un varadero sin vida.
La situación, lejos de encontrar la respuesta esperada, deja a la deriva a un emblema y a un icono que se va degradando por momentos.
La inmortalidad de la imagen bucólica y los recuerdos de miles de portuenses y gaditanos que se embarcaron, dejan en la estacada al que debió encontrar por parte de la Administración y de la ciudadanía una mayor y una mejor respuesta de actuación. Sería impensable entender que la Torre de Eiffel fuese dejada a su suerte por los parisinos. O la Giralda por los sevillanos. Ni que decir tiene que cada pueblo expresa con sus sentimientos o con su frialdad todo aquello que le afecta.
Encontrar ahora las muestras de reconocimiento o de reclamas en su aniversario son tan previsibles y tan ventajistas como querer solucionar en horas lo que no se ha podido o querido hacer en los últimos cuatro años.
El Puerto de Santa María necesita urgentemente recuperar su esencia, su identidad y su impronta como ciudad y su conciencia como pueblo. De nada, de muy poco, valdrá reclamar a los cuatro vientos iniciativas que luego no se apoyarán ni se sustentarán por la siempre presente dejadez. Culpabilizar al político de turno de la pereza institucional no hace sino recordar la apatía tan absurda y tan mezquina y cruel que nos rodea.