Terminamos julio sin saber a ciencia cierta si lo mejor o lo peor estar por venir todavía. El peor año en el último siglo, tenemos la sensación de vivir en una alarma constante a tenor de las últimas noticias.
El incesante incremento de contagiados no es más que la constatación de que ni la pandemia está controlada ni todo lo que entre todos debemos hacer, lo terminamos de realizar correctamente.
Tras varias semanas sin contagios, ya en ésta se rompía la impoluta racha de este verano. Podemos entender que entraba dentro de la lógica viendo el incremento de movilidad a la que estamos expuesto y escasa viendo algunas actitudes del todo egoístas de algunos.
El Puerto ha sabido capear el coronavirus y se ha protegido ante un mal que acecha y ataca en nuestra desprotección e inhibición, bajar la guardia nos hará más débil y más expuesto. Llega agosto sin que tengamos la certeza de lo que nos deparará los próximos meses. Sin ser alarmistas ni querer crear falsas esperanzas, lo cierto es que el año va camino de su segunda fase sin tan siquiera tener el futuro en nuestras manos.
Los datos alertan que la crisis está provocando consecuencias desconocidas, tampoco sabremos cómo nos prepararemos para la vuelta al cole ni cómo resultará el otoño. Hay todavía muchas preguntas sin contestar y demasiadas cuestiones que no tienen hoy por hoy explicación. No es trabajo fácil querer incentivar la economía y acto seguido no cumplir con las medidas de protección básicas.
En esta guerra estamos todos en igualdad de condiciones y es por ello que el esfuerzo de unos no debe caer por la desidia de otros. Queda mucho todavía por hacer y más aún en la concienciación de que el virus lo erradicaremos cuando se rompa la cadena de transmisión que nos ata. Hay que vivir con él, pero nada es más peligroso que la inconsciencia.
