Los despachos de Génova tienen demasiada historia, por eso anunció Pablo Casado que querían apartarse de su tenebroso pasado de sobres, contratos opacos, visitas inconfesables desde el garaje, martillazos a ordenadores con fea memoria y otros secretos no comunicables con nombres alemanes de cocina o de correa. El tiempo de la plena trasparencia no llega y el cambio de casa tampoco.
Maurice Joly, en el siglo XIX, expresó en sus diálogos entre el mayor cínico con el poder, Nicolás Maquiavelo, y el legalista a rajatabla, Barón de Montesquieu, que las instituciones -los partidos lo son- en un país libre no pueden durar si no es a plena luz del día. En ese Diálogo en el Infierno - en su dialogo decimocuarto - refleja bien la situación de la actual política popular:”…como Alejandro VI y el duque de Valentinios, de quienes se decía proverbialmente en la corte de Roma que el primero “jamás hacia lo que decía”, y el segundo “jamás decía lo que hacía”. Inconsecuencias patentes, como cuando se habla de regeneración y se firma el pacto contra el transfuguismo y se gobierna con tránsfugas reconocibles. Ahí están los casos de Granada o Murcia. Disonancias graves, como los discursos incendiarios contra los ultraderechistas y se hace con ellos la coalición.
Se ha sentado en un despacho de la sede de Génova el que, con todos los datos de su anterior organización -Ciudadanos-, está desmantelando a su antiguo partido, comité a comité, ciudad a ciudad, comunidad a comunidad. De Fran Hervías se ha pasado al verdadero impulsor de la maniobra, que ha estado silente pero activo, moviéndose desde su arruinada ambición, transformada en venganza contra sí mismo y su programa, Albert Rivera. Ahora ya se anuncia que se incorpora como ponente popular para la regeneración democrática. La misma tardará tanto en alcanzarse como el famoso viaje al centro. Desde el centro perdido podrá conversar con el lince de la lengua -que antes era castellana y ahora es española, sin más- Toni Cantó. Era el maestro de los discursos contra los chiringuitos y ha demostrado sobradamente con hechos que “jamás decía lo que hacía” y “jamás hacía lo que decía”. Cualquier coincidencia de los comportamientos de todos estos ilustres personajes con lo que es ajustado a la ética política es radicalmente improbable, si no imposible. Arrimadas lo padece ya.