Los estratos geológicos constituyen las páginas más veraces de la historia de nuestro planeta. En ellas han quedado inscritos entre otros muchos aconteceres los grandes plegamientos, las transgresiones y regresiones marinas, ciclópeos cataclismos y periodos glaciares y de calentamiento global. En suma, todas aquellas incidencias que han conducido al modelado de la superficie de nuestro planeta y a la composición actual de algo tan extraordinario como el espacio para la vida, la biosfera. Los expertos llevan observando, desde poco después de la expansión de la revolución industrial, que la última página escrita en ese registro está emborronada. Los materiales de desecho de la actividad humana y en especial los plásticos, tan difíciles de degradar por la Naturaleza, están generando un estrato cada vez más distinguible y muy diferente en su composición a todos los anteriores. A este reciente capítulo del libro de la Tierra se le ha titulado como Antropoceno, la corta era durante la cual la dominancia de la especie humana ha tiranizado sin concesiones la Naturaleza.
Seguro que nunca olvidaremos cuando hace unos meses los animales nos sorprendieron ocupando las silentes calles de pueblos y ciudades o las dársenas de los puertos, demostrando que la Naturaleza estaba ahí. Pues bien, parece que este extraordinario episodio está quedando inscrito en ese capítulo antropocénico con el epígrafe de la Gran Pausa. Los científicos lo han bautizado al fenómeno con un confuso nombre, antropopausa, queriendo con ello destacar que en ese desaforado dominio de nuestra especie sobre la Naturaleza, hubo un momento muy breve en la escala geológica en la que las demás especies tomaron aire de libertad en la biosfera. No todas con igual fortuna, mientras unas se prodigaron otras, las que se han vuelto dependientes de la humanidad, de los procesos de las ciudades, han dado señales de desaparición.
El escritor de cuentos Sheridan Le Fanu, escribía hace más de un siglo de manera casi profética que el mundo prosiguió tras una breve pausa, que no tenía fe en la conversión del hombre, que nunca se olvidará de lo que era y que nunca le creerá que pueda cambiar, para sentenciar que todos estos son prejuicios implacables y estúpidos. Es hora de demostrarle que sólo pueden ser prejuicios.