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España

Una bajada engañosa

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Después de haber vivido un año asfixiante como 2008, en el que los ciudadanos tuvieron que soportar las subidas de los servicios básicos, la cesta de la compra, la gasolina y las hipotecas y la presión de la crisis económica en toda su plenitud en el bolsillo, el Índice de Precios de Consumo (IPC) cerró diciembre a un escuálido 1,4% arrastrado por la caída del precio del petróleo tras haber tocado techo en el mes de julio con un 5,3%, precisamente cuando el oro negro marcó el récord histórico.

Por desgracia, este descenso del índice no se traduce en el bolsillo del consumidor como puede desprenderse de este dato genérico, ya que realmente los precios de los productos no han descendido en esa proporción. De hecho, todo lo básico (alimentos, calzado, vestido, etc.) ha subido muy por encima del IPC, por lo que, aunque al final la inflación apenas sobrepase el 1%, la realidad es que el gasto cotidiano sigue subiendo con la excepción de los combustibles. Porque el IPC y el combustible del petróleo van de la mano. Todo sigue subiendo, pero el bajón de la cotización del petróleo ha propiciado un dato que el Gobierno ni se imaginaba a mediados de año cuando la inflación ahogaba su política económica. Que el IPC haya cerrado a un nivel tan bajo 2008 es una prueba en sí misma que puede hacer sospechar de la fiabilidad de este indicador. No puede ser que el peso específico del combustible sea tan grande como para neutralizar de esa forma las brutales subidas de los alimentos (2,1%), alcohol y tabaco (4,1%), enseñanza (4,2%) u hostelería (3,6%).

Es cierto que el precio del combustible es un referente vital para la economía, pero también lo son  la comida, la bebida o la ropa y las adminiostraciones le restan valor estadístico a estas variables para poder sacar pecho diciendo que se controla la inflación. ¿Quién va a creerse que los precios están más bajos, como dice el IPC, cuando uno hace la compra o echa las cuentas a fin de mes? Eso sí, para lo que servirá será como indicador para la subida de salarios, es decir, en ese porcentaje esmirriado que ha subido al final.

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