Créanme si les digo que no me preocupa en absoluto que por la calle, en la cola del súper o en el trabajo, me comenten que la crisis es generalizada. Lo que de verdad me preocupa es que mi país, España, está soportando una fortísima crisis de la que, a estas alturas, ni los que nos gobiernan tienen idea de cuándo va a acabar y cómo, a pesar de que nos vendan que para final de año la cosa empiece a cambiar.
Ese consuelo y echar sobre los hombros de otros países la ruina, ya lo llevo oyendo desde antes de que Zapatero y su tropa dijese que no había crisis. Y el otro día oí lo mismo.
No que no había crisis, que ahora sí que ZP y su caterva lo reconocen, sino que había que aguantar –no sé yo hasta cuando, y los que están el paro aún menos– este chaparrón como lo estaban haciendo en otros estados europeos. Y sobre este tema de la crisis, además de oír en los chascarrillos que la cosa se está poniendo cada vez más fea, también presto atención a la de burradas que se están diciendo por la calle o donde sea.
Como por ejemplo que los tres millones y pico de parados no son todos españoles sino que, muchos de ellos, “la mitad, por lo menos, o más de la mitad”, son inmigrantes que, habiendo currado en la construcción y el sector servicio, se han ido a la cola del paro abultándola más de lo normal.
A mí me da igual de dónde proceda la cola del paro, todos somos trabajadores y todos, según la Constitución española –que algún borrico aún no se ha preocupado en ojear– somos iguales y tenemos los mismos derechos.
En Celupal no trabajan inmigrantes y ya ven cómo les va. En Acerinox tampoco curran inmigrantes y la que se les viene encima es guapa.
Tampoco curran inmigrantes en Renault, ni en Opel, y ya veremos cómo acaba el asunto.
Y mucho menos admito que se me diga que en el norte de Europa están igual que en España, porque eso es una exageración. Todos los países estamos jodidos, pero nosotros tres veces más. ¿Por qué? No tengo ni idea.
Si hablan con un francés, un noruego o un alemán, les dirán que como las está pasando España ningún otro país.
Y que lo que de momento tenemos en común es la cantidad de nieve que está cayendo con estos temporales. Así de clarito me lo comentó no hace mucho un belga.
Desde luego, es aún más arrollador creer que la culpa de las colas para cobrar el desempleo es porque hay mucho moro o mucho ecuatoriano sin trabajo.
Y quien crea tal estadística no hace más que engordar la lista de mamarrachos de este país y dar, al Gobierno, posiblemente el causante de tal publicidad, o contaminación mental, una baza más para seguir mintiendo como lo ha venido haciendo desde el principio de una ruina que aún hoy no se sabe por dónde cogerla. Es triste, muy triste, culpar a los inmigrantes.
Cualquiera que tenga dos dedos de frente, en vez de ir publicitando tal despropósito debería formular preguntas al Gobierno, leer más la prensa –seria, no rosa– y manifestar en la puerta de su fábrica, tienda de comestible o en donde sea, su repulsa a tanto despido oportunista y tanto banco mamón que se está llevando los mortadelos y aún no ha dado ni un euro para ayudar al más desfavorecido.
Hablar de la crisis es un tanto complicado porque, de entrada, cada uno la cuenta como le va. El que se haya quedado en el paro con una hipoteca, el préstamo del coche, otro crédito para no sé qué y dos niños en edad escolar, tiene un chapú muy gordo.
Y mirar para otro lado, como se ha venido haciendo durante muchos meses, es una auténtica vergüenza.
Oteando algunas entrevistas publicadas por un medio extranjero, pude leer cómo nos ven desde algunos países, y créanme si les digo que no nos lo pintan nada bien.
Además de tildarnos de dejados –que en eso estoy totalmente de acuerdo–, se quejan de una España burocrática, casamentera, nacionalista y con una devoción por el fútbol por encima de lo normal.
Es, comentaba un corresponsal extranjero, como si los domingos, ante el televisor o en las gradas de Santiago Bernabéu, la crisis dejara de existir.