Cuentos

Publicado: 25/12/2023
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Una voz que vive en nuestra memoria, que permanece en un título inolvidable, en las páginas gastadas por la caricia del tiempo
El móvil echa humo estos días con felicitaciones y buenos deseos. Las redes también notifican estas recepciones con dibujos, vistas, estrofas de poemas y textos cortos que invitan a reflexionar de la mano del humor o la nostalgia. Aparecen en la pantalla tras teclear el código y pasar el dedo de arriba hacia abajo, la caricia leve que los despliega como un guiño a la casi desaparecida persiana enrollable con el cordón trenzado de colores. Una entradilla sin terminar junto a laf azul encerrada en un círculo seduce a pulsar y en un segundo tenemos ese texto que ha llamado nuestra atención.

Hace un par de días apareció bajo la ilustración de una casa de campo, cuya puerta abierta mostraba una pared llena de libros. Ahora, dilecto lector, usted piensa que la hablilla se repite, que no hay otra cosa de qué escribir, que va a dejar de leer. Está en su derecho. El tiempo no está para perderlo sino para llenarlo y en estas fechas el recuerdo de nuestra infancia, como canta el villancico, está más presente que nunca. Por esa razón, quien puso el texto en su muro lo llenó de ternura, tanta como la que conservamos desde niños, la de la voz que nos contaba o nos leía un cuento antes de dormir, una voz que suena en nosotros igual que entonces a pesar de los años.

No parece que hayan pasado tantos, porque al sentarnos en la cama para contárselos a nuestros hijos, a nuestros pequeños, nuestra voz ha sido tan suave como la caricia en el pelo y el cosquilleo en la palma de la mano que los serenaba mientras luchaban por tener los ojos abiertos. Nuestra voz iba bajando el tono hasta el susurro, queriendo ser la imagen con la que empezar a soñar. Sin embargo, había veces que el sueño tardaba en llegar y aunque las sábanas frotaban el silencio, más de una vez las preguntas salían atropellándose, enganchándose a los dientes de leche: cuál fue el primer cuento, de qué era. Nosotros respondíamos imaginando qué caras pondrían aquellos primeros chiquitines, qué decían mientras la voz contadora iba cambiando de personaje a animal, de montaña a flor, de árbol a castillo con la misma ternura que la que nos contó a nosotros, con la misma ternura que los nuestros imprimirán mientras están contando. Una voz que vive en nuestra memoria, que permanece en un título inolvidable, en las páginas gastadas por la caricia del tiempo, una voz que oímos en el silencio del recuerdo y entre la multitud más escandalosa.

Contar cuentos es abonar la imaginación para sembrar lectura, una costumbre que se aviva y crece en Navidad.
 Con los mejores deseos de Paz y Felicidad.

 

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