A lo largo de 2018, el programa Proyecto Joven de Proyecto Hombre atendió a 114 menores y jóvenes, de entre 12 y 21 años de edad, con problemas de comportamiento, entre ellos por el uso de las nuevas tecnologías. Por su parte, el Programa de Apoyo atendió a 93 adultos por diferentes adicciones, entre ellas las correspondientes al juego. A tenor de estos datos, Proyecto Hombre ha puesto en marcha un programa de prevención en los centros educativos que el curso pasado llegó a 5.022 personas, entre alumnado, padres y madres y profesorado, consistente en el desarrollo de talleres en los que se abordaban temas como el uso responsable de las nuevas tecnologías (internet, redes sociales, videojuegos), y a los que desde este nuevo curso escolar 2019/20 se incorporará el tema de las apuestas deportivas, por la incidencia que ya comienza a detectarse en los menores y adolescentes.
“El problema que nos encontramos ahora es la juventud”. Lo apunta Pepe, uno de los responsables de la Hermandad Andaluza de Jugadores Anónimos, con sede en Jerez. “Las casas de apuestas, el internet, el móvil... Nos llegan chavales con 18 años pero que llevan más de cuatro como adictos al juego”, expone. Y la respuesta a este problemático auge de la adicción al juego entre jóvenes y menores es bastante fácil: “No te tienes que mover de casa, no como los jugadores de antaño, que íbamos tras las tragaperras por los bares o en el casino. Te basta con usar el móvil o con tener internet en el ordenador”.
La “Hermandad” celebra sus reuniones cada martes, de 20 a 21,30 horas, en un local con el que cuentan desde 2002 en la Iglesia de San Pablo, en San Telmo. Y allí son testigos de los testimonios de los jóvenes que acuden para compartir sus experiencias.
“Lo que van buscando es el dinero. Ven que a través de las apuestas es la mejor forma de conseguir dinero rápido, sobre todo en tema de deportes. Está sentado en su casa y hace la apuesta. Pero si no ganas, vuelves a apostar. Hablamos de chavales que no trabajan, y que hasta dejan de estudiar una vez que empiezan a apostar. Hasta dejan de ver a la novia para centrarse en las apuestas del móvil”, relata. “Y después está la etapa en que empiezan a coger la tarjeta del padre o la madre, e incluso utilizan el DNI del padre si son menores de edad para inscribirse en las webs de apuestas. A partir de ahí, hacen lo mismo que el jugador de antaño, le cogen dinero a los padres, o venden cosas de la casa, o el dinero para ir a comprar lo utilizan para apostar”.
Pepe considera que hay muchos factores que han empujado a que se incremente este tipo de situaciones en muchas familias, algunas de ellas de tipo social y educativo, pero entre las más recurrentes está “el tema de la publicidad de apuestas, que se hace mucha, y engañosa, y esa publicidad repercute mucho en los jóvenes, que lo que quiere es probar, aunque los padres les digamos que tengan cuidado y no lo hagan. Y cuando han salido de dudas ya están de deudas hasta las orejas. Si los anuncios de tabaco y alcohol se suprimieron de la tele, no entendemos por qué esto no”.
Pero hay un problema añadido al de la publicidad, el del incremento de las casas de apuestas. “Cada comunidad tiene una legislación, y la Ley de Juego tiene que unificarse, ya que no es de recibo que monten todos los locales cerca de colegios e institutos, atrayendo a jóvenes, que son los que les dejan dinero”.
Labor de ayuda
La Hermandad Andaluza de Jugadores Anónimos surgió en Jerez en 2002, como una escisión de la Asociación de Jugadores Anónimos de España. A sus reuniones semanales acuden personas de Jerez, Sanlúcar, El Puerto, Arcos (donde desde esta semana tienen grupo propio para atender a personas de la Sierra).
Durante hora y media practican lo que denominan “terapia espejo, ya que todos nos vemos reflejados uno en el otro -explica José, otro de los portavoces del colectivo-. “Cuento mi vivencia, mi recuperación, mi fase de cuando era jugador, y consigo que otros compañeros vean reflejado en mí lo que ellos han vivido, y los beneficios de empezar una etapa de abstinencia. Quien quiera mentir, que mienta, pero se miente a sí mismo, a nosotros no, porque ya hemos pasado por ahí. Es la mejor manera de recuperarnos y ayudar para que se vea que se puede, que muchos lo hemos logrado, con bajas y altas, porque es una enfermedad y hay recaídas, pero si te caes hay que volverse a levantar y eso te ayuda para seguir adelante”.
La ludopatía está catalogada como enfermedad por la Organización Mundial de la Salud desde el año 1982, “pero esto no se cura a base de jarabe o pastillas, sino a base de terapia de grupo”, sostiene Pepe. “En mi caso me mandaron a un psicólogo de la Seguridad Social. Me dijo que podía ir todas las semanas a consulta, pero que al final de cada consulta, las conclusiones a las que íbamos a llegar ya las sabía yo: el por qué entré en el juego. Y me aconsejó ir a un grupo de terapia, para conocer a gente que ha sufrido las consecuencias de la adicción al juego”.
José subraya que lo principal pasa por asumir esa enfermedad, y que “el enfermo soy yo, así como que voy arrastrando a muchos a mi enfermedad, a mi mujer, mis hijos, mi madre, mis hermanos, porque los hacemos pasar por algo de lo que ellos no tienen culpa. Los arrastramos y son los primeros que ven que no estás bien”.
En su caso decidió acudir al grupo por primera vez hace once años, aunque volvió a recaer a los cinco años. “Recuperarte de la recaída es mucho peor. Me costó, pero confié en las personas de mi grupo, aparte de mi familia, y gracias a ellos llevo seis años sin jugar, sin apostar ni nada. Si los demás lo han logrado, por qué no yo. Hay que intentarlo porque la vida te va cambiando”.
Pepe, por su parte, lleva participando en grupos desde el 99 y no juega desde el 2003. “Me mantengo en la asociación por dos cosas: por necesidad, porque la enfermedad siempre va a estar ahí. Hoy la tengo controlada, mañana no lo sé. Aprendo de mi enfermedad, y me queda mucho por aprender. Y porque a mi grupo llegué mal, y no tenía fe en aquello. Cuando me dijeron todo lo que me prohibían, pensé que iba a estar solo tres meses, para tranquilizar a mi familia, y después volvería al juego, pero al final te das cuenta que llevas tres meses sin jugar, y te toca mantenerte. Así hasta hoy, que sigo como voluntario intentando ayudar al que llegue”.
Aunque en las reuniones no cuentan con la participación de psicólogos, se limitan a compartir sus experiencias como terapia de ayuda, “no nos apartamos de que llegue alguien que necesite la ayuda de un psicólogo, porque puede haber otros problemas de fondo”.
José defiende en este sentido el valor de poder hacer por alguien, “lo que alguien hizo por ti. Hay compañeros que llevan más de 15 años sin jugar y que vienen a los grupos, y eso es una forma de agradecer a los que nos ayudaron. Nos tirábamos horas y horas delante de una máquina sin pensar en nadie. Y ahora en hora y media prestas tu testimonio para ayudar a un compañero. La base del grupo es querer ayudar como nos ayudaron y es lo que nos hace ir al grupo”.
El jugador
“Seamos jugadores de tragaperras o de los casinos por internet, lo que nos une es lo mismo, la apuesta compulsiva”, afirma Pepe. Ellos diferencian entre tres tipos de jugadores: el social, el profesional y el compulsivo. “El profesional vive de eso y sabe cuándo se tiene que levantar, el compulsivo no. El social es el que una vez a la semana o al mes echa una partida en el bingo, e incluso cuando llega ni siquiera juega. El compulsivo es echar la primera moneda y no hay capacidad y control para parar, vaya ganando o perdiendo”.
La pregunta es: ¿cuándo damos el primer paso para convertirnos en adictos al juego?: “Entra en juego la suerte del principiante, la necesidad del dinero, pero también hay quien juega porque es que le gusta jugar”, admite José.
Pepe recuerda su caso: “Ya con 18 años, un día me tomé un café y eché la vuelta en la máquina y me tocó. Ya todos los días echaba la vuelta del café, y me tocaba. Porque esto va por fases. La mente empieza a funcionar y nos vamos fabricando sueños, la fantasía del jugador. Se lía la imaginación y piensa, si echo cinco duros en este bar y me tocan 500 pesetas, si voy al resto de bares ya no necesito ni trabajar. Lo máximo que daba la máquina era 2.500 pesetas, y había quien se gastaba 15.000 para conseguir ese dinero. Al final da igual ganar o perder, porque lo que nos gusta realmente es jugar”.
“A partir de ahí -describe José- se convierte en una necesidad. Es como si fueses un drogadicto o un alcohólico. Te levantas por la mañana solo pensando en jugar. Es la necesidad, ya sea porque te guste, o por las deudas. Cuesta entender que tienes una enfermedad. Yo me sentía de todo menos persona enferma. Me veía un vicioso. Asimilar que estás enfermo te cuesta mucho, porque no te ves como tal. Es una enfermedad y encima es mental, estás malo de la cabeza”.
Algunos también optan como medida paliativa por la autoprohibición. “Hay que ir a Hacienda. Te registras para que te prohíban entrar en todas las salas de juego del país. Pero en muchas ocasiones la propia sala te permite acceder aunque le salga en su archivo tu nombre”.
En su local tienen dos salas de terapia, una para el jugador y otra para el familiar. “La del jugador es para ponerle las pautas y que acepte que es un enfermo y que aprenda de su enfermedad. La otra sala es para nuestros familiares, que enseñan al familiar nuevo cómo tienen que tratar al jugador y empezar de cero, porque no puede haber reproches, y lo que hay es que controlarle su dinero, su salida y su teléfono. Es desagradable controlar a una persona adulta, pero no hay otra. Dejar de jugar, dejar de mentir. El tiempo dedicado al juego emplearlo en otras cuestiones. Te vas adaptando, aprendes a vivir. Si ya no te gastas el dinero en el juego, poco a poco pagas lo que debes y haces vida con tu familia. Pero la base principal es que tienes que querer. Si el enfermo no quiere no se puede”.