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La Pasión no acaba

Lágrimas del Arenal

Hace frío en la calle Adriano. Tiemblan las raíces robustas de los árboles ancladas a las aceras de la enfermería de la plaza. Hoy están tiernas, asustadizas...

Publicado: 20/04/2022 ·
18:40
· Actualizado: 20/04/2022 · 18:40
  • Emilio y Víctor, hace pocos días. -
Autor

Víctor García-Rayo

El periodista Víctor García-Rayo es el presentador y director del programa La Pasión de 7TV Andalucía

La Pasión no acaba

Dedicado al alma de

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Hace frío en la calle Adriano. Tiemblan las raíces robustas de los árboles ancladas a las aceras de la enfermería de la plaza. Hoy están tiernas, asustadizas. La solería del bar Taquilla anhela tu pisada rotunda; la barra echa de menos tus codos y tus risas y el número 20 de la calle recuerda tus carreras de niño, tus balonazos, tus conversaciones con Emilio Muñoz cuando paraba el R5 a tu altura y te decía “hola Maradona” para que tú le contestaras “adiós Juan Belmonte”.

La puerta de la capilla del Baratillo parece blanda, como de barro de orilla del Guadalquivir, y la túnica azul de la cofradía ha tornado a negra, de hermandad de vuelta, de estación de penitencia que concluye abrazada a la cruz que hoy es más de forja que nunca. Esta tarde sabe a hierro, huele a óxido, a capote manchado de sangre joven y cornada mortal. Hace frío, hermano, en la calle Adriano que tantos latidos tuyos ha escuchado. Ahora se oye el rumor de un poderoso silencio, una leve brisa de duelo que alisa los cabellos canosos de tu padre mientras llora desconsolado abrazando a Miguel “el Potra”.

Tu familia presume de la casta que tuviste hasta el último tercio de la vida, metiendo los riñones en el peto de la enfermedad y empujando con bravura y fijeza, sin perder jamás la cara al dolor, crecido y siempre a más. Eras así, simpático y capaz, abierto y con chispa natural, talentoso y muy amigo de tus amigos. Te costaba tanto mentir como quejarte y eras capaz de encajar los golpes con la misma hombría que los besos.

Hace frío, Emilio, en la calle Adriano. La Piedad se parece a tu madre de la tierra, como si ambas tuvieran al hijo dormido eternamente en sus brazos. Tu hermano busca con los ojos una fuente de luz de la que alimentarse y tu padre -que mantiene esas hechuras de torero- camina derecho por la muerte como camina por la vida, con raza, con hombría, con caballerosidad, con torería.

Hablan y no paran de tu sonrisa, de aquellas ocurrencias que te hacían especial. Los toreros a los que apoderaste cuentan maravillas y el teléfono del jefe no deja de sonar. Ha llamado todo el toreo.

Tu madre me abraza con fuerza porque las madres intuyen bien quién quiere a sus hijos y a su marido. Lo saben, se dan cuenta. Por eso me aprieta, por si al exprimirme el pecho sale algo de su hijo Emilio para robármelo. Lo necesita.

Hace frío en la calle Adriano, amigo mío. Pero el cielo de Gines, como la túnica de nuestra Hermandad, es azul. Y ese cielo será la montera que se cale tu padre para echar adelante con la corrida más dura de la historia. Tú descansa, Emilio, que ya nos encargamos en la tierra. De recordarte, de quererte.

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