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La tribuna de Viva Sevilla

Ignorancia, el peor enemigo de los árboles

Los árboles, que absorben el polvo contaminante de la atmósfera, que nos alivian de los rigurosos calores del verano, pagan un fuerte tributo a las construcciones, a la impermeabilización de los suelos, a las obras que se ejecutan sin control ni sensibilidad en la presencia de estos seres vivos.

El árbol es un ser vivo. No podemos tener frente al mismo la misma actitud que frente a un material inerte. Toda poda ha de considerarse como una agresión; toda herida ofrece una puerta abierta a las enfermedades, por la destrucción de su tejido protector.

El árbol ornamental, para su propio desarrollo no necesita podas. Las podas pueden ser peligrosas. Las únicas podas de mantenimiento tienen un carácter esencialmente preventivo. Estas aseguran una mejor sanidad del árbol y alargan su esperanza de vida, eliminando sus ramas muertas, mal orientadas o los brotes conocidos como chupones, que distorsionan su estructura.


Es necesaria una toma de decisiones para poner en marcha nuevas prácticas.
No las confundamos con las podas de los frutales o forestales, cuyos fines responden a objetivos particulares de aumento y control de producción a la selección de ramas con yemas de fruto, o a la poda forestal, dirigida a la obtención de portes altos y rectos para aumentar su valor maderable; ni siquiera a las vides, que anualmente se podan para promover nuevas fructificaciones.


Se practica la poda drástica en nuestros árboles sin razón que la justifique. No basta con denunciar prácticas inadmisibles. Es necesario hacer conocer, difundir y enseñar las "técnicas de la buena poda".


La acción deseada es difícil que alcance efectos reales a corto plazo, pero debemos evitar las "masacres con la motosierra".


Sea cual sea el movimiento de opinión hacia prácticas correctas de poda, los malos hábitos y ciertas convicciones erróneas están profundamente arraigados y serán difíciles de erradicar.
Los árboles dejados crecer libremente toman la forma característica de su especie o variedad. Regularizar su porte natural debe ser nuestro objetivo.


El medio urbano, sin embargo, está lejos de ofrecer las condiciones ideales para su desarrollo. Elegir las especies adecuadas y plantarlas de acuerdo con el espacio aéreo y subterráneo reservado evitará la necesidad de actuaciones severas posteriores. Plantaciones próximas a edificios, farolas, grupos semafóricos, edificios monumentales, vías de circulación de transportes pesados... serán inconvenientes que hay que prever.


Debemos acabar con la plantación indiscriminada de árboles en nuestro ambiente urbano. Plantemos miles de árboles sí, pero siempre donde éstos puedan crecer libremente.
Plantar el árbol correcto en el sitio correcto.


Los árboles que nos benefician, absorbiendo el polvo contaminante de la atmósfera, que nos alivian de los rigurosos calores del verano, pagan un fuerte tributo a las construcciones, a la impermeabilización de los suelos, a las obras que se ejecutan sin control ni sensibilidad en la presencia de estos seres vivos. Con frecuencia vemos materiales acumulados en sus troncos, descortezados; desmochadas sus ramas, con raíces mutiladas.


El público ejerce presiones sobre los responsables de la gestión del patrimonio de árboles plantados en las vías públicas y jardines de la ciudad como usuarios del espacio y como electores. Presión sobre la poda por razones de excesiva oscuridad en sus viviendas, de molestias por la caída de las hojas en otoño, a los insectos en primavera, a la limpieza. Los pájaros ensucian sus coches aparcados, las raíces levantan pavimentos u obstruyen alcantarillados... No debemos considerar los árboles como enemigos. Es difícil con frecuencia distinguir las verdaderas necesidades de los falsos problemas, pero cuando ha existido una anarquía absoluta en su plantación, estos problemas existen y son importantes, obligando a eliminar muchos árboles desarrollados, que con una adecuada plantación se hubiera evitado.


Demos la oportunidad de que cada árbol mantenga su desarrollo y estructura: el plátano, que sea plátano; el naranjo, que sea naranjo. Demos al árbol el espacio necesario para su desarrollo. No plantemos si luego no gestionamos su mantenimiento y conservación o la gestionamos mal.
Por la poda no podemos destruir la estética del árbol ni su valor patrimonial, ambiental o poético.
El miserable aspecto de los árboles mutilados es triste de soportar.


Es necesario revisar y evaluar el riesgo de fractura o caída de ramas: una inspección del arbolado partiendo de la base de que el riesgo cero no existe.


Seamos sensibles a estos seres vivos y acabemos con la ignorancia que los maltrata. Ellos son parte muy importante de nuestra calidad de vida.


Quizás, como expresa el poeta Manuel Benítez Carrasco en su compendio de versos "Amemos y defendamos la naturaleza" y en el poema "Dice el árbol", comprendamos nuestra filosofía: “Yo soy tu amigo y te digo: por favor, no me hagas daño. Mas si es necesario, sea, pero sólo el necesario”.

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