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La tribuna de Viva Sevilla

Sobre gatos y chinos

Y si de pronto se está formado tanto revuelo no es porque nadie quiera echarlo abajo, sino porque lo ha adquirido un chino para poner una tienda...

Se ha celebrado una manifestación para “salvar” la Venta de los Gatos de sevilla. El edificio es, como dice Carlos Colón, una ruina cochambrosa. Lleva años abandonado. Y si de pronto se está formado tanto revuelo no es porque nadie quiera echarlo abajo, sino porque lo ha adquirido un chino para poner una tienda.

Dicen los promotores de esta iniciativa que eso es “lo más doloroso” que le puede pasar al edificio. Parece ser que peor que se caiga es que se recupere como almacén.

Dicen que el edificio forma parte de la memoria de la ciudad. Que allí iba Bécquer, nada menos, a tomarse café. La verdad es que de la venta del gato de Bécquer apenas queda más que el recuerdo y algún trozo de muro. Hace casi dos siglos era un edificio alto y garboso con techo de tejas coloreadas. Así lo narra el poeta y así aparece en algún grabado de mitad del siglo XIX. Era una venta más en la carretera de Extremadura. Un bar como muchos. La única diferencia es que apareció en uno de las leyendas becquerianas.

El caso es que el sitio entró pronto en decadencia y dejo de ser agradable, y hasta de ser una venta. En 1928 un grupo de intelectuales sevillanos, entre ellos los hermanos Álvarez Quintero, decide colocar una lápida recordando que ahí había situado Bécquer una de sus leyendas. Para entonces el lugar se había convertido ya en el taller de un marmolista, especializado en lápidas funerarias para el cementerio cercano. De hecho es este mismo marmolista el que realiza y dona la lápida de homenaje al poeta. El buen señor quería, esencialmente, dejar constancia de la calidad de su trabajo, antes que de su amor a la poesía.

En fin, si el edificio tenía poco valor arquitectónico, menos quedó con la transformación de los años sesenta que dejó en pie sólo un par de muros y lo convirtió en una casita achaparrada con techo de uralita. Desde entonces se ha usado de bar, de taller y de aparcamiento de motos. Pero nada de eso ha causado indignación social. También ha estado años abandonado y en ruinas, pero a ningún político le pareció mal. Hasta que llegó un chino, nada menos.

Entiendo que la memoria de una ciudad abarca algo más que los edificios monumentales. Es evidente que la memoria de Sevilla sufre cuando desaparecen sus señas culturales y lo que la representa como tal. Por eso fue doloroso que desapareciera el café Laredo. Se conservaba inalterado hasta que un empresario sevillano lo compró, lo vació entero por dentro y lo convirtió en algo parecido a un almacén posmoderno desde donde se sirve a las mesas de una plaza de San Francisco prácticamente privatizada. Pero claro, era un empresario sevillano y nadie protestó. Del mismo modo han desaparecido y se han privatizado montones de espacios significativos de la ciudad. Desde teatros que ahora son tiendas de ropa hasta cines convertidos en hipermercados. Sin protestas.

Ahora surge la polémica por la Venta de los Gatos y lo hace cargada de ignorancia y con bastantes prejuicios racistas. Ese sitio hace más de un siglo que dejó de ser una venta. Ha acogido a multitud de negocios. ¿Qué problema hay con sea una tienda de todo a cien? ¿Acaso eso es menos digno que un marmolista o un parking? Cuando en los años veinte se decidió poner una placa en recuerdo a Bécquer nadie se planteó que fuera necesario echar al obrero que estaba usando la casa. En todo caso, el lugar lo adquirió una inmobiliaria y está casi en ruinas. Ahora que alguien va a comprarla y rehabilitarla dicen que es “intolerable” que la compre un chino. El mismísimo alcalde opina que hay que evitar que deje de estar asociada a la imagen de la ciudad. ¿A qué imagen se refiere? Llama pérdida de imagen a que lo restaure un emprendedor y se abra a la gente dejando de ser pasto de ratas y abandono. Un despropósito, que se acentúa cuando en algún medio de comunicación se insinúa sin fundamento que habría planes de convertirlo en mezquita. Rumores para sumar xenofobia a una historia que ya tiene mucha.

No me cabe duda de que el edificio de la Venta de los Gatos debe conservarse. Me parece una barbaridad gastar dinero público para comprarlo. Y estoy muy feliz de que se convierta en una tienda. Que se use y se llene de gente, productos y vida, como tuvo antiguamente. Desde luego, las leyendas no se crean en los museos de pacotilla, sino en los sitios vivos. Y, sobre todo, Bécquer nunca nos contó de qué raza era el ventero.

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