Muchos litros de agua han fluido por el Guadalquivir desde que en 2001 Puerto de Sevilla propusiera su proyecto de dragado. Alcaldías, Consejerías y Ministerios de Medio Ambiente, y directores del propio Puerto, han contribuido con sus posturas, o con la falta de ellas, a este retraso. Y en casi en todos los casos se les puede acusar de hablar mucho y hacer más bien poco.
En el minuto cero el proyecto se enquistó en una suerte de intereses de demasiadas partes. Desde hace años se viene hablando en la necesidad de una sana competencia entre puertos andaluces, instando a Sevilla a ser más comedida en sus aspiraciones, lo que no parece ser aplicable a expansión del Puerto de Huelva y su terminal ferroviaria en Sevilla. Se habla también de invasión de cruceros, sin reparar en que el tiempo necesario para remontar el río ya limita de por sí grandes incrementos de viajeros. Pero sin duda la principal bandera contra el dragado ha sido la medioambiental.
Razones como el aumento de la erosión de las márgenes, o la salinización del agua subterránea, han sido bien esgrimidos desde el sector científico, que ha expresado su preocupación acerca de una correcta evaluación del impacto e insistido en la mitigación de sus posibles efectos.
El problema viene con la sensacionalización del asunto por algunos ecologistas. Sus posturas extremas se han vendido como dogmas para movilizar adeptos, sin que se haya dado la oportunidad de crear un sano debate donde fluya la información.
Doñana ha sido en los últimos 2000 años un ecosistema dinámico, caracterizado por su capacidad de cambio: donde había agua salada, ahora la hay dulce; donde había una vegetación y unos animales ahora hay otros; donde para los romanos estaba el Lago Ligustino, ahora hay tierra seca. Se vende Doñana como un paraíso prístino, aparentemente sin tocar. Con la industrialización del campo andaluz en el s. XX se levantaron diques, drenaron inmensas áreas, se retiró toda la vegetación natural, se alteró por completo la hidráulica del sistema: se creó el arrozal.
Resulta paradójico que esta actuación, con las múltiples consecuencias que tuvo sobre la “prístina” Doñana, se presente como una suerte de “perfecto equilibrio” con la naturaleza. El arrozal implicó una serie de modificaciones que, aún sin evaluación de impacto ni medidas compensatorias, ahora se percibe como una pieza más de la situación presente de las marismas.
¿Han calculado los ecologistas cuantas toneladas de CO2 se pueden ahorrar por transportar mercancías en barco más de 70 Km tierra adentro? ¿Han señalado con tanto ensañamiento el daño que la extracción ilegal de agua hace en las lagunas del interior del parque? ¿O el destrozo que supone el aumento de los sedimentos transportados por el Guadalquivir a consecuencia de la salvaje intensificación de la agricultura en todo el valle?
La evaluación de impacto integral del río Guadalquivir y sus acuíferos a raíz del hipotético dragado, así como la puesta en marcha de medidas como consecuencia, deberían implicar sustanciales mejoras respecto a la situación actual.
Desde sevillasemueve no podemos más que defender las cautelas medioambientales, que deben traducirse en soluciones a los problemas, que, con dragado o sin él, son un hecho. Por eso instamos a todas y cada una de las Instituciones que intervienen a ponerse manos a la obra y trabajar por y para Sevilla y Doñana.
Años echando la pelota de un tejado a otro en un caso inédito de cooperación y entendimiento entre Administraciones, con el simple objetivo de poder usarlo contra el desarrollo portuario e industrial de Sevilla y en favor de la inmovilidad para con Doñana. Todo un ejercicio de cinismo, mientras Doñana se abre en canal para acometer las obras del gasoducto que la atravesará.
¿Medio ambiente? ¿A quién importa el medio ambiente?