Más teorías de la conspiración

Publicado: 22/08/2020
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

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Como dijo Rafael El Gallo, “hay gente pa tó”, incluso para aprovechar la ociosidad de agosto y nutrir de ficciones el preocupante sumario de los telediarios
Con las vacaciones, el consumo de ficción se dispara. Entre las lecturas que tenía reservadas para este verano se encuentra La conspiración de los cocodrilos, de Germán Fonteseca, protagonizada por un economista francés que sostiene que la crisis económica de 2008 fue orquestada por una selecta élite internacional para provocar un nuevo modelo económico y nuevas estructuras de poder lideradas por entidades financieras que son las que en realidad manejan los mercados y a gobiernos de todo el mundo.

Publicada hace poco más de un año, la novela concede a su personaje una frase que ahora se antoja casi reveladora: “Nos esperan nuevas crisis, que no solo serán económicas”. De hecho, desde la perspectiva actual, su lectura concede un atractivo añadido a la trama conspiratoria, por las similitudes que pueden establecerse con la crisis del Covid 19, y gracias a la complicidad de nuestro voluntarioso interés por la ficción.      

No habría dado mayor importancia a tan particular circunstancia de no haberme encontrado en pleno telediario con un manifestante madrileño repitiendo y dando por ciertas, como propias, algunas de las claves que Fonteseca desarrolla en su libro, respaldadas asimismo por una serie de peculiares personajes que han visto crecer su popularidad al abrigo de determinadas teorías en torno al origen y culpables de la expansión del virus.

Según he podido recopilar, entre ellas se alude a un arma biológica con la que EEUU atacó a China para mermar su salud comercial; a la propia China, bajo el propósito de terminar por imponer su hegemonía mundial; a Bill Gates, por crear una enfermedad falsa para ocultar los daños causados por la señal 5G; al origen extraterrestre del virus; al empeño por instaurar regímenes comunistas, como consecuencia de la debilitación de los estados capitalistas a la hora de hacer frente al virus; a las farmacéuticas, por los beneficios resultantes de la venta de nuevos medicamentos; e incluso a los que quieren aprovechar la dispensación de vacunas para introducir en las mismas microorganismos que permitan controlar a distancia nuestros movimientos.

Como sentenció Rafael El Gallo, “hay gente pa tó”, incluso para aprovechar la ociosidad de agosto y nutrir de ficciones el preocupante sumario de los telediarios. También en nuestra redacción se ha recibido el típico mensaje de corta y pega culpándonos de “sembrar el pánico” y “ocultar la verdad” en favor de no sé qué oscuros o nítidos intereses, cuando lo único que hemos hecho desde el inicio de la crisis es contactar con expertos sanitarios que nos ayudaran a entender e interpretar lo que estaba sucediendo y lo que nos esperaba a corto y medio plazo.  

En marzo pasado, por ejemplo, cuando las colas en los supermercados, aludí a David Ropeik, un exprofesor de Harvard, especialista en psicología de riesgos, autor de un libro en el que explicaba por qué actuamos como actuamos ante una crisis de la dimensión del Covid 19 -tanto para acabar con el papel higiénico en los supermercados como para comulgar con teorías de la conspiración-: “Cuando hay un riesgo cerca no hacemos cosas inteligentes. No paramos de recibir datos constantemente, que tenemos que pasar posteriormente por nuestros propios filtros emocionales, y eso nos lleva a tener más miedo todavía, porque no podemos controlar nuestra propia seguridad, porque seguimos nuestros miedos, no las evidencias”.  

 Más que víctimas de una conspiración, seguimos sujetos a un discurso oficial que ha ido quedando al descubierto con el paso del tiempo, pero que sigue dominando el escenario de la pandemia a través del lenguaje -los rebrotes, las oleadas, la nueva normalidad- y los datos. En uno de sus artículos de El País, Javier Sampedro llegó a acusar a las administraciones públicas de ofrecer cifras oficiales “engañosas” porque no estábamos preparados para las reales. Ahora parece que sí lo estamos, aunque insisten en ofrecernos imágenes de multitudes y aglomeraciones de jóvenes para que extraigamos las conclusiones más inmediatas de causa y efecto, antes de que nos detengamos en cualquier despacho o en las comparecencias de Fernando Simón, no vaya a ser que las confundamos con una ficción.

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