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El jardín de Bomarzo

Un mundo canalla

El nexo entre la prensa y la política viene tan de lejos que se podría situar en la escala histórica como el segundo oficio a nivel de relaciones más antiguo

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  • El jardín de Bomarzo.

 "Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante". R Kapuscinski. 

El nexo entre la prensa y la política viene tan de lejos que se podría situar en la escala histórica como el segundo oficio a nivel de relaciones más antiguo del mundo, incluso el primero en promiscuidad ya que en el otro los roles están mejor definidos al tratarse de una simple transacción económica a cambio de placeres mundanos. En esta otra, quizás porque los títulos universitarios estilizan la estética del encuentro, queda mejor que el intercambio vaya independiente al amor verdadero, que es ese que de pronto fluye cuando los contratos publicitarios emergen con soltura. Si en otra cosa empata con la prensa el oficio más antiguo del mundo es en bajo nivel de corporativismo, que es tan nimio uno como otro e, incluso, las prostitutas se organizan mejor porque se integran colectivamente al verse afectadas por los mismos males de ser putas -y en eso los periodistas casi que no-; ambos reciben similares apoyos públicos -casi ninguno, está regular visto defenderles-; ¿cuándo fue la última vez que alguien escuchó una defensa pública a estos medios de comunicación sin los cuales la vida no sería la misma? Es cierto que de manera fugaz los políticos señalan aquello de lo importante del papel de los medios, de su independencia, de su labor fundamental para la sostenibilidad democrática y tal y tal, pero la letra pequeña de su discurso esconde más que lo que dice y en el fondo se palpa esa tirantez latente que reúne a políticos y medios sobre un cuadrilátero donde se miden las distancias entre el amor y el odio.

En el siglo XIX el político, historiador y periodista Thomas Macaulay acuñó la frase: "El periodismo es el cuarto poder”. Por entonces la única forma del pueblo para conocer la situación del país, las actuaciones del gobernante, las carencias, los problemas y las críticas o las bondades políticas era a través del periódico, que era el cordón umbilical entre pueblo y política y que ponía muy nervioso a un gremio político sabedor que la opinión pública se crea con facilidad. Contra ello optaron por dos vías diferenciadas: el control mediante la censura e, incluso, la utilización de violencia física para amedrentar a periodistas durante el siglo XIX y XX y, posteriormente con la llegada de la democracia, el intento de control vía financiación. De este modo durante la segunda mitad del siglo XIX existían numerosos periódicos y revistas políticas con una alta libertad de expresión que conseguían mover al pueblo, como el artículo El rasgo, de Emilio Castelar, que denunció la corrupción del gobierno y de la reina. La respuesta fue su expulsión de la universidad, lo que provocó duras protestas estudiantiles durante la llamada Noche de San Daniel. Bajo esa apariencia de libertad de expresión de la prensa, Sagasta, siendo ministro, sufragó la llamada Partida de la Porra, que era una cuadrilla de matones que ejercían violencia física contra periodistas que osaban escribir contra el gobierno para persuadirlos a que cesasen en sus críticas. Luego llegó el periódico de Pablo Iglesias El socialista, que pese a sus ideales de libertad de prensa aceptó la censura gubernamental de las noticias de la guerra de África, de la de Cuba o de las ideas anarquistas. Otro ejemplo fue la segunda república que, pese a proclamar su constitución, la libertad de prensa, de información y de expresión, aprobó la Ley en Defensa de la República que contenía medidas de represión a periodistas, tipificando como delito de opinión las manifestaciones de agresión a la República, la difusión de noticias que pudieran quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público y las que contuviesen menosprecio de las instituciones u organismos del Estado o hicieran apología del régimen monárquico. Se llegaron a cerrar 200 periódicos. Curiosas las palabras del republicano Azaña en las Cortes: “Si hay gente que aún no es republicana de todo corazón y con plena voluntad, el gobierno tiene medios para, de una manera fulminante, hacerle sentir todo el peso de su autoridad. Existe una mala prensa, hojas facciosas y pequeñas bellacadas clandestinas que llevan el descrédito de la institución republicana y de sus hombres, y del parlamento, y de los diputados, y de su obra legislativa; ¿a eso vamos a llamar prensa, a esos reptiles, a esas monas epilépticas que por equivocación llevan el nombre de hombres..." -sic-. Esta censura republicana aún se hizo mucho más férrea en la época franquista desde la Ley de prensa de 1938 y, luego, con la Ley de Fraga de 1966. El gobierno franquista ejerció una censura total sobre los periódicos, cerrando todo aquel que les estorbaba o imponiendo fuertes sanciones que llevaron a la quiebra a muchas editoriales, financiando periódicos del movimiento. Se implantó la autorización para editar, controlando el número de publicaciones y su extensión. La designación de los directores. El control de la profesión mediante el registro oficial de periodistas dependiente del Ministerio del Interior, que no permitía la inscripción a los poco afectos al régimen y controlando la formación periodística con la escuela oficial de periodismo. Y, finalmente, la censura con imposición de fuertes sanciones económicas o cierre. Pese a que la Ley de Fraga de 1966 supuso el inicio de la liberalización de la prensa, el cine y el teatro, aún fue de forma más declarativa que real puesto que la censura, sanciones y cierres se mantuvieron, aunque de forma más suave y limitada.


Con la democracia, el control del poder político cambió de formas. La censura no se casa con el sistema democrático, pero los partidos políticos y sus líderes no son nada si no cuentan con el reflejo de sus políticas en los medios. ¿De qué modo se puede crear el estado de opinión a favor o en contra de una formación política o de un gobierno si no es mediante el vehículo a través del cual llega la información al pueblo? La financiación a través de contratación de campañas publicitarias, la compra literal de aquellos periodistas o articulistas que se dejan comprar se presentó como la única vía posible para el control de los medios. Contra ello, los que consiguen ser independientes, si no totalmente, al menos en cierto grado. En cualquier caso, se conocen de forma clara las líneas políticas editoriales de las distintas empresas fuertes de comunicación y, pese a todo ello, en su mayoría, no dejan de mostrar determinada seriedad y rigor en sus formulaciones. Lo cual ahora podemos contrastar de forma rotunda con la llegada de la era digital, que es la mayor amenaza a la pervivencia de los medios clásicos y que se está empezando a llevar por delante a los que no son capaces de adaptarse a los nuevos hábitos de la sociedad ante la noticia inmediata y ante el consumo voraz de las redes, mediante las cuales cualquier persona anónima, los políticos y los partidos divulgan las noticias de forma rápida y exponencial sin red ni control, sin otro coste que el tiempo que tienen que dedicar a ello. Si antes las líneas editoriales de los ya conocidos como medios serios podrían calificarse incluso como tendenciosas, ahora las noticias manipuladoras, los bulos y las noticias falsas campan sin control alguno porque ningún político ni gobierno cuenta con mecanismo para su freno. Ni censura, ni dinero. Y esto no sólo es una amenaza a la supervivencia de los medios y a políticos y gobernantes que sufren impotentes la creación de estados de opinión en base a mentiras, la gran amenaza es a la democracia. 

Nuestra legislación y jurisprudencia vive instalada en los principios democráticos consagrados en la Constitución, hablar de un mecanismo de control de las redes para garantizar la difusión de verdades aún da miedo porque la línea roja se antoja difícil de fijar. Pero el pueblo aún sigue creyendo a pie juntillas lo que lee en la prensa, escucha en la radio o ve en la televisión y, desde luego, interioriza todos los mensajes que le llegan al móvil sin cuestionar su veracidad. De este modo se hace fácil crear una opinión negativa o positiva respecto a alguien, sin que sea merecedor de lo uno o lo otro. Y esto es un ataque directo a la línea de flotación de nuestra democracia porque no hay verdadera libertad de opinión si la manipulación política no tiene límite. Tendrá que llegar una ley que imponga medidas sobre la difusión en las redes, tendrá que haber juicios rápidos para impartir justicia ante calumnias, injurias y, además, ante mentiras informativas demostrables. Tendrá que imponerse fuertes indemnizaciones a favor del perjudicado, que quite las ganas de difundir mentiras. La libertad de opinión y la libertad de información no puede ser el paraguas que cubra judicialmente la mentira. Porque una cosa es opinar de forma libre, criticar lo que cada uno considere y otra muy distinta es mentir. Y esto vale tanto para los medios como para los apostados en las redes. Los ciudadanos deben empezar a exigir que se les informe de forma veraz, no ser tratados como ignorantes y para ello sólo vale contar con normas legales y sentencias duras y rápidas para reducir a los mercenarios de la información política.   

Venía de antes del Covid. El mundo está cambiando y, por tanto, la comunicación también, tanto que fórmulas tradicionales que lo han sido a lo largo de más de un siglo han dejado de serlo y es así de simple, hay que aceptarlo y adaptarse. Por muchas razones. Las redes sociales y la inmediatez se han convertido en el virus de los periódicos, que no logran encontrar equilibrio en ese juego de naranjas al aire donde se cruzan elevados costes de personal, impresión y bobinas de papel, distribución, caída continua de una publicidad que busca otras vías e impactos directos, todo ello bajo el paraguas de la independencia informativa -demasiadas naranjas volando-. Menos aún cuando florecen como setas tras las primeras lluvias plataformas digitales en manos, algunas veces, de camicaces indocumentados financiados por espurios intereses políticos, que abusan del titular grandilocuente, directamente de la mentira, del click obtenido mediante compra u engaño y que para determinadas administraciones se han convertido en un instrumento útil. Pero todo tiene un precio: es como ponerse en manos del curandero porque promete magia a buen precio cuando, qué duda cabe, lo sensato es desnudarse y dejarse hacer ante el licenciado en medicina porque lo otro al final suele terminar mal.

Las guerras entre medios de comunicación forman parte de la historia del oficio, de hecho un asunto común en las tertulias que les reúne es hablar de aquel que no está presente y, qué duda cabe, de sus males, hacerlo incluso con cierto tono de sorna como si los males del vecino fuesen una buena noticia. Y no lo son. Nunca la penuria de un medio de comunicación es una buena noticia. Jamás, pese a que sea competencia directa. Cuando la crisis azota a un medio nadie sale en su defensa pese a que éste haya estado activo durante décadas, sorteando dificultades, informando a Diario y sosteniendo sobre el alambre con esfuerzo la estructura necesaria para ofrecer una información profesional -con sus tendencias, pero seria-. La realidad es que durante el confinamiento ha habido quien ha perdido hasta once mil suscriptores y, lo peor, es que esos que se fueron no tienen intención de volver porque se han imbuido en un mundo digital que es como la selva y en el que, a falta de regulación, casi todo vale.

El mundo canalla de la comunicación está afectado y nadie se ocupa de él. Y cuando los canales de información se infectan, la sociedad en su conjunto es quien sufre las consecuencias. No es que pierdan los periódicos o sus empresas editoras, que también, pierden los ciudadanos porque, qué duda cabe, siempre es mejor estar bien informado. Es la clave para concluir en una opinión acertada, correcta y, desde ahí, elevarse hacia lo mejor que puede dar de sí la condición humana.

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