“¡Todo es impactante en Antonio!”, se descubrió Jorge Pardo. Lamari, de Chambao, aseguró que conocerlo la dejó “muda” de admiración. Y Javier Ruibal ensalzó “el magnífico puente entre el jazz y el flamenco” trazado por Antonio Lizana, “un compositor exquisito, con una personalidad arrolladora”. Las grandes autoridades del jazz y del flamenco de nuestro país se descubren ante Lizana, saxofonista, cantaor y creador de canciones, que tras dejar atrás un centenar largo de actuaciones de la gira de su anterior álbum, Quimeras del mar, se metió en el estudio para preparar los once temas que ahora trae debajo del brazo. Es Oriente, el tercer trabajo del músico de San Fernando, un disco que estará en la calle el 24 de marzo y en el que se lanza a una ampliación del catálogo de sonidos que enriquecen ese jazz-flamenco que le caracteriza.
Los escenarios son el gran laboratorio de estilo de Lizana. Desde su debut discográfico en 2012 como Antonio Lizana con De viento, ha recorrido innumerables salas y festivales de jazz, ofreciendo siempre un directo que es más que un concierto; es un espectáculo vibrante y lleno de intensidad, que oscila de lo solemne a la fiesta, de la meditación al baile y de Cádiz a Nueva York. Su siguiente trabajo, Quimeras del mar (2015), fue un viaje a través del jazz guiado por la inspiración del flamenco, un álbum que afianzó ese jazz-flamenco que él eleva a la categoría de género. Quimeras fue la excusa perfecta para viajar de escenario en escenario. 104 actuaciones después, Lizana se despidió de la gira y al día siguiente se encerraba en el estudio para comenzar a trabajar en este Oriente con el que ahora regresa.
A Lizana le ha salido un disco abierto a nuevos sonidos, un paso adelante no solo en lo musical, sino también en su implicación social. Fronteras, el tema que abre el álbum, es el mejor ejemplo. “Fronteras pintadas al azar, el tiempo las volverá a borrar”, canta en el estribillo de una canción con reminiscencias árabes, pero sin perder, como en ninguna de sus canciones, el sello flamenco de su voz como cantaor ni el dominio jazz que lideran los instrumentos de viento que él interpreta.
Porque Antonio Lizana es, sobre todo, saxofonista. A los 10 años comenzó los estudios de este instrumento en el conservatorio de San Fernando, aunque pasarían algunos años hasta que tuviera sus primeros contactos con el jazz en varios seminarios del género impartidos por Jerry Berganza, Dick Oatts, Jim Snidero o Perico Sambeat. En 2011 finalizó los estudios superiores de Jazz en el centro Superior de música del País Vasco, donde nació su propio proyecto, Antonio Lizana Group.
Galardonado con el premio Cádiz Joven en el campo del arte, como reconocimiento a su proyección, ha participado con la Afrodisian Orchestra de Miguel Blanco (Satierismos 2011), donde interviene como saxofonista, arreglista y cantaor. Colabora también como cantaor y saxofonista con la Afro-latin-jazz Orchestra de Arturo O’Farril, con sede en Nueva York,ganadora de un Grammy al mejor disco de latin-jazz instrumental. Con esta big band ha compartido escenario con los hermanos Andy y Jerry González, Dave Valentin, Papo Vázquez, Pablo Mayor, Cristina Pato, XimoTébar o Gregg Agust, entre otros.
Todo ese bagaje pesa en el cosmopolitismo de Oriente, un nombre no carente de significado. Porque como en la canción del mismo título, el artista gaditano experimenta con ritmos y sonidos del Este, que encajan como un guante en la fusión de los condimentos esenciales: el flamenco y el jazz. En el triángulo formado por esa canción y su extraño magnetismo, el jazz de Fronteras y el flamenco de Vengo perdío evoluciona un álbum que viaja por el mundo guiado por los instrumentos que interpreta Lizana. Nos quisimos así o Isla de los vientos, por ejemplo, militan del lado de la música nacida en Estados Unidos, mientras que otras como Alegría Mari invitan al cante, toque y baile.
En Oriente también crece el de San Fernando como cantante, hasta el punto de que cada vez es más difícil saber si estamos ante un saxofonista que canta o ante un cantaor que toca el saxo. La respuesta tal vez la tenga su paisano Javier Ruibal, que sostiene que Antonio es ambas cosas a un tiempo, y que las practica con una gracia y coherencia “muy difíciles de emular”.