En un verano extraño de mascarilla y gel hidroalcohólico, Juan Rafael Mena Coello, muy conocido en La Isla como poeta, sorpresivamente publica su primera novela, titulada Vete a Madrid. En ella reflexiona sobre sus comienzos como escritor, sobre aquella temprana vocación que, casi desde la niñez y la primera juventud, desarrolló en un ambiente poco propicio para práctica de la poesía, entre gente que apenas sabía leer y escribir, y en el que un chaval que escribía versos resultaba “rarito”. Recuerda aquel cuarto de la azotea, -no se sabe si dormitorio, si lavadero, o trastero, o todo a la vez-, donde se encerraba para leer ávidamente todo lo que caía en sus manos, desde aquellas revistas de Sissi, a los clásicos más universales, pasando por Miguel Hernández, García Lorca, Vicente Blasco Ibáñez, Rubén Darío, o S. Juan de La Cruz y un larguísimo etc.; Ellos eran el motor que movía su pluma que escribía sin contar el tiempo.
Su dilatada producción literaria es el resultado del paso de las vivencias propias, por el tamiz del pensamiento y los sentimientos propios. El estudio y el rigor de la práctica literaria continua eran sus cotidianos acompañantes. Cuando se posee todas esas cualidades, Calíope, Clío, Erato y las demás musas se unen, y juntas se convierten en poderosas aliadas, como diría Virgilio. Ellas, hijas del todo poderoso Zeus, no fallan a quienes les entrega su tiempo, su constancia y sobre todo su talento. Y Juan ha conseguido a la perfección convertir, como pocos, el leguaje en arte.
Ahora lo realmente novedoso es que nos presenta una obra de narrativa, una novela en la que, a través de su protagonista Cántigo, de manera autobiográfica, nos traslada a la Isla de entre los años 1943 y principios de los sesenta. Nos muestra un San Fernando embutido en la España de los duros años de la posguerra, con un estado centralista, franquista, católico, donde todo se gestionaba en y para Madrid. Eran tiempos en los que ser de provincias tenía ciertas connotaciones despectivas, y la gente que vivía lejos de la capital no tenía, ni mucho menos, las mismas posibilidades que los afortunados madrileños. Era España del “subsur”, condenada a ser lacaya del centro y de las regiones ricas españolas o incluso de las europeas a donde se emigraba.
Los acontecimientos históricos, a varios niveles, son los que nos indican el espacio temporal, tanto local, nacional como internacional. Por ejemplo la revolución de Fidel Castro en Cuba, el fallecimiento de Juan XXIII, la Guerra Fría. Afloran toques costumbristas, la misa de una del Carmen, las muchachas que aspiraban un novio marino “de sargentito pa’rriba” –se decía-, los patios de vecinos, la miseria de la clase más desfavorecida, las tiendas de ultramarinos, el mundo de las iglesias, las cofradías, las devociones, las vecinas barriendo las aceras en la puerta de sus casas, los niños jugando a los bolindres, los entierros con carroza de caballos negros, como el del general Varela. Expone a la perfección las ideologías propias de la época tanto hacia la derecha, como a la izquierda, incluida la moderación. De esta manera crea un manual de filosofía práctica de la vida. Gracias a un profundo conocimiento de la historia del pensamiento desde Demócrito hasta K. Marx. Un poeta ha escrito una novela y el resultado es impresionante.