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Jueves 25/04/2024  

Sindéresis

Con los locos, siempre

Para los médicos, las enfermedades mentales fabrican un ejército rebelde que no se va a tomar las pastillas que les mandas

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Aquello que nos lleva a bucear más allá de los límites y escalar montañas, que nos permite identificarnos y emocionarnos con una obra de ficción, que nos lleva a hablar sobre el origen y destino del universo, querer a las mascotas, recordar a los muertos, hablar en verso y remover los caldos de la naturaleza para hacer de la comida un arte, especializarnos en el placer y en la evocación, cantar, imaginar, temer y anticiparnos, aquello que nos hace humanos es lo que permite que nos volvamos locos. Nadie está a salvo, pero todos huyen a la barca de los cuerdos y reman hacia delante. Yo me niego a avanzar dejándolos atrás, me siento en el banco con ellos, hago huelga de humanidad y de progreso, y me quedo con los locos, siempre. Estamos chillando todos los adultos muy por encima de nuestras posibilidades mientras la generación del futuro se tira por el balcón, se asfixia en drogas nuevas y viejas, nos muestra la muñeca partida, el brazo lacerado, las costillas que son mapa de la muerte, el aliento de una cueva, la mirada de un tiburón sin aletas, y nos emperramos en darles jarabe de futuro cuando se los está merendando el presente.

No hay especialistas, pero es que prácticamente no hay especialidad; deberíamos estar derivando ingentes cantidades de dinero a la investigación de la principal causa de muerte no natural y la principal causa de sufrimiento extremo en nuestra sociedad. Las enfermedades mentales, para los partidos políticos, fabrican gente que se abstiene. Para las farmacéuticas fabrican millones de clientes de por vida y, en muchas ocasiones, con capacidad de dejar su mal en herencia. Para los médicos, las enfermedades mentales fabrican un ejército rebelde que no se va a tomar las pastillas que les mandas, que no va a salir a dar un paseo porque tú lo digas, que no va a hacer lo que médicamente les conviene porque se han roto las cuerdas que unen los actos de las consecuencias en sus espíritus apaleados y porque, en una gran cantidad de casos, están aislados de las ganas de vivir, son incomprendidos por sus familias o habitan un zulo mental de plomo y cemento. Y les echamos la culpa de no curarse. Ponemos el titánico peso del cuidado de los enfermos mentales en familias que tienen que seguir siendo funcionales en el mundo laboral, y que no poseen formación ni capacidad para lidiar con ello, y eso en el mejor de los casos, que es cuando los enfermos tienen algún tipo de familia. En los centros de internamiento mezclamos a un indigente alcohólico con una mujer que ha visto morir a sus hijos en un accidente de tráfico, con un trastorno límite que está pendiente de que la justicia se haga cargo de él tras dejar parapléjico a un policía, con un padre de familia que se quiso quitar de en medio por culpa de las deudas, con un violador compulsivo. Más que tratarlos los hacinamos y les damos salidas terapéuticas sin conocimiento alguno de quién se podrá encargar de sus pastillas, de su seguridad, de sus fobias.

La gente se nos va acumulando en el lado del caos, del pánico. Somos seres delicados que nos maltratamos a nosotros mismos y abandonamos a los que se quedan por el camino, pero creo que ha llegado el momento de pararse. De no ir a trabajar si tienes que cuidar de una hija que se autolesiona. De no moverse del hospital hasta que tu hermano no tenga una cama y un equipo de valoración. De no dar un alta hasta que alguien no esté curado. De abandonar la consulta para ir a visitar a los enfermos que no recuerdan, que no se quieren, que no se cuidan. De no aprobar un presupuesto que no tenga la salud mental como prioridad. De dejar de remar hasta que no estemos todos en la misma barca. O me vuelvo loco y hundo la de los cuerdos.
 

 

 

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