Dos de las tradiciones que más hondo han calado entre los torremolinenses en los últimos tiempos y que cada año despiertan mayor expectación son las que se observan los días 31 de Octubre y 1 y 2 de Noviembre; a saber, la fiesta de Halloween o Víspera de Todos los Santos (que comienza en la noche del 31 de Octubre y se extiende hasta el amanecer del 1 de Noviembre) y el Día de los Difuntos, conmemoración esta última que oficialmente se celebra el día 2, pero que, debido a las circunstancias laborales, se adelanta al 1 de Noviembre.
Ambas celebraciones están tan estrechamente unidas que muchas personas creen que se trata de un solo evento. En realidad son tres los acontecimientos de estos días, ya que el primero de Noviembre celebra la Iglesia la Festividad de Todos los Santos. Dejando de lado el carácter religioso, lo que a nivel popular más aceptación tiene en este particular día es la degustación de los típicos dulces almendrados conocidos como “huesos de santos”. Las pastelerías andaluzas gozan de especial fama al respecto y las de Torremolinos no podían ser menos.
El Halloween es una fiesta que los irlandeses introdujeron en EEUU hacia 1840. En América se conoce también como “Noche de Brujas”. En España es de reciente implantación, desarrollándose especialmente a partir de 1976. El origen del Halloween hay que buscarlo en la antigua fiesta celta denominada Samhain, que venía a ser como la Nochevieja de nuestros tiempos, ya que los celtas celebraban el final de año el 31 de Octubre, dando la bienvenida al año nuevo el 1 de Noviembre. En esa noche festiva se tenía un recuerdo especial para los miembros de la familia muertos durante el año.
Otra noche en que también se honraba a los difuntos celtas era la del 30 de abril al 1 de mayo, que correspondía al ecuador del año. Esa noche recibía también el nombre de “Noche de brujas”. En el año 870 la noche en cuestión fue bautizada como Noche de Walpurgis, debido a que el 1 de mayo de dicho año tuvo lugar el traslado de las reliquias de la sueca Santa Walpurgis. La Noche de Walpurgis ha sido confundida con la Noche de Halloween por darse la circunstancia de que ambas eran “noches de brujas”.
Un aspecto tradicional del Halloween actual es el atuendo o disfraz brujeril de los participantes. En tiempos antiguos el disfraz consistía en una careta monstruosa que no tenía otra misión que la de espantar a los espíritus que, según la creencia, deambulaban por el contorno en la noche del 31 de Octubre al 1 de Noviembre. El atuendo festivo hoy día, cuya ingente variedad de modelos exhiben las jugueterías, es particularmente notable en los niños, que en grupos de tres, cuatro o más recorren las casas pidiendo caramelos y otras chucherías.
Muchos de los residentes en Torremolinos, donde se concentran y conviven pacíficamente las más significativas culturas y creencias del planeta, también se suman a este universal detalle de la fiesta infantil.
Enlazado con el Halloween transcurre el Día de todos los Santos, festividad que en época pasada celebraba la Iglesia Católica el 13 de mayo y que posteriormente trasladó al 1 de Noviembre, víspera del Día de Difuntos. Las Iglesia Ortodoxa, la Anglicana y la Luterana celebran la festividad en diferentes fechas. En España se ha hecho ya tradicional representar en la noche del día 1 la obra teatral de José Zorrilla “Don Juan Tenorio”.
Cierra el ciclo del que otrora fue comienzo del año nuevo celta la jornada conocida como Día de Difuntos. Algunos autores estiman que su celebración el 2 de Noviembre puede que sea un recordatorio de los humanos fallecidos durante el Diluvio Universal, que según el Génesis comenzó el día diecisiete del segundo mes. Como el año comenzaba entre los hebreos y otros pueblos de la antigüedad a mediados de septiembre, el día diecisiete del segundo mes caía más o menos hacia el 2 de noviembre.
Como es habitual en todos los pueblos y ciudades, el Día de Difuntos, que en la práctica y por imperativo laboral la gente anticipa al festivo Día de todos los Santos, se abarrotan los cementerios para recordar más efusivamente a los seres queridos allí enterrados. Las tumbas y nichos se convierten en auténticos vergeles, siquiera por unos días, hasta que se marchiten las flores en ellos depositadas. La flor simboliza al ser humano, ayer pletórico de vida y hoy deshojado de pétalos y sin fragancia. Según la creencia de cada cual, se elevan deprecaciones a la divinidad, si la esperanza está en un alma inmortal, o se guarda silencio si lo que se espera es la resurrección material del difunto.
Torremolinos también recuerda a los que se fueron. Su grácil y pulcro cementerio, en medio del pueblo, sobre el acantilado, cara al mar, llama poderosamente la atención al visitante. No hace mucho, en la entrada, unos versos del célebre poeta de la Generación del 27 Luis Cernuda, dedicados en exclusiva a este camposanto, rezaban exquisitamente: “Por la costa del sur, sobre una roca / alta junto a la mar, el cementerio / aquel descansa en codiciable olvido / y el agua arrulla el sueño del pasado. / Desde el dintel, cerrado entre los muros, / huerto parecería, si no fuese / por las losas, posadas en la hierba / como un poco de nieve que no oprime.../ ...El recuerdo por eso vuelve hoy / al cementerio aquel, la mar, la roca / en la costa del sur…”