¿Notan que las tardes se han alargado demasiado deprisa? ¿Que el dobladillo de la luz hemos tenido que echarlo demasiado pronto?
El tiempo ha crecido a pasos agigantados y ya ni siquiera con estirar la ropa del invierno es suficiente. La debemos cambiar por otra donde la ciudad se sienta más cómoda, y sea más que nunca ese sueño que todos tenemos. ¿No les parece que estos días de espera, de construcción íntima de lo que ya es inminente, han pasado tan rápido que ha sido casi imposible no sólo buscar esos momentos de reflexión, sino saborear tantos y tantos detalles?
Las convocatorias de cultos en los azulejos y puertas de las iglesias se han sucedido demasiado deprisa, se han amontonado unas sobre otras. Que la primera marcha, el primer programa de radio, el primer ensayo fue ayer, y ya se acaba este tiempo que con ansias nuevas esperamos año tras año.
Que el ir y venir de los cultos a la función, de las colas para los capirotes a la prueba de las túnicas, más que días parecen espacios difuminados por su propio paso raudo. Las semanas convertidas en días, los días en horas, las horas en minutos… ¡Qué difícil es medir aquello que nos satisface, y nos remueve a su vez, tantas cosas en nuestro interior!
Que la caja con hebillas, medallas, insignias… se ha bajado del altillo casi al primer aroma de incienso percibido cuando la acabábamos de subir con el último. Que casi no le ha dado tiempo a coger ese polvo que da pátina de realidad a nuestra propia memoria.
Y ahora ya todo está aquí, atrás quedaron traslados, horas de trabajo en secretarías o priostías, colas de reparto de papeletas, rápidos paseos de sitio en sitio ávidos de comprobar si lo que va a llegar es tan hermoso como lo creemos… Y tantos detalles que constituyen piezas minimalistas de un sueño colectivo idealizado en los anales de la ciudad.
Ahora llegó el día de comer todos juntos en casa de los abuelos porque es el gran día del barrio. Barrios que recuperan, aunque sólo sea una vez al año, a aquellos que ya no habitan allí, aunque el nexo del amor creado por el tiempo que ha ido moldeando la vida de cada uno de nosotros nos empuja a volver al menos ese día.
La juventud a estrenar se impacienta y acelera, el hondo consuelo de que un año más los podremos ver y volver a murmurar esa letanía de peticiones para bien de los que tantos queremos, o la satisfacción y el orgullo de padres que por primera vez darán a sus hijos la primera lección práctica de amor por aquello que en definitiva son sus raíces.
Todo se mezclará. No sé si será Domingo de Ramos, Martes Santo, Viernes de Dolores o cualquier otro día, esa casilla la marcará cada uno, pero todas, estoy seguro, valdrán igual en el gozo.
No sé si estas preguntas se están contestando en Bellavista o en San Juan de La Palma, en Triana o Palmete, San Bernardo o Pino Montano, Catedral o Heliópolis, La Calzada o Barrio León… o en ese Arco donde un atisbo de sonrisa empieza a espantar el llanto y cualquier temor que nos atenace.
No sé si la respuesta viene con capa o en negro ruan, capirote o faja y costal, palmas y vítores u oraciones murmuradas desde dentro, cornetas y tambores o silencio que suena a crujido, consternación y sufrimiento.
No importa la opción que hayan escogido porque al final comprobarán conmigo que sólo había una única respuesta: es Semana Santa en Sevilla, disfrútenla.