Al ser humano le encanta el seccionar. Fragmentar forma parte de los intereses de su vida. La secesión es hija de ello. Para que estos términos se dulcifiquen, se han utilizado palabras muy diversas, desde globalización o solidaridad a las manoseadas cambio y progreso. Nuestras “entrañas” son demasiado filo dictadoras, nuestra alma quiere ser emperadora y nuestra piel es demasiado “camaleónica”. El “ángel” es la razón, pero siempre tiene en su hábitat una ventana abierta por donde es fácil precipitarle al vacío.
Antes de repartir o conseguir algunos espacios comunes, hombre y mujer ya habían hecho todo un máster de parcelación con límites sinónimos de propiedad.
No comprendo la extrañeza de los ciudadanos, ante la deriva partidista y secesionista actual. Habría que preguntar: ¿Qué esperaban? Las donaciones no son reales ni en la pobreza de distribución, tan ensalzada como obra sublime por los gobiernos. La lógica nos dice siempre que el intercambio, eufemismo de profundos intereses personales o de partido, es la norma. Se hace un favor o apoyo para conseguir una compensación que lo sobrepase. Ahora el “enchufe” es democrático y oficial. El fraude y el engaño diríase que “han salido del armario” y han adoptado un nuevo apellido “cambiar de opinión”. Las palabras cambio y progreso, avergonzadas, buscan en la hibernación el medio para conseguir recuperar su prestigio. Ya no hay guerras sino cruces de fuego entre francotiradores. Tampoco hay héroes, solo víctimas. Ante tanta juvenil inocencia que pierde diariamente su vida, Herodes comienza a tener alas de ángel. Los virus, vistas las debilidades y calamidades existentes, regresan una y otra vez con absoluta impunidad.
La resiliencia ya no se sabe cómo definirla, pero es cierto que la fantasía del ser humano es inabarcable y siempre tiene un río, que no sabe si encontrará su cauce por donde navegar con verdadero optimismo e ilusión y que nos lo forjamos tras la toma de las doce uvas y el brindis copa en alto.
Se ha abierto la puerta al nuevo año y con ello, el deseo de dejar atrás lo acontecido y comenzar una nueva travesía con idénticos remolinos y meandros, pero con una agua nueva y limpia que nos deje ver el fondo y peces, sin el turbio escudo de la legislación opresiva de la libertad o de los caprichos unipersonales, siempre narcisos y soberbios. ¿Quién no se ha hecho ya programa o itinerario para estos próximos doce meses? Todos hemos puesto sobre nuestros hombros una especie de “cuento de la lechera” en el que el cántaro va saturado de ilusiones, alguna que otra fantasía y la esperanza de conseguir dar un nuevo rumbo a nuestra vida que nos haga mas eficaces y felices. Luego nos pasa como al antiguo expendedor de cal, que de tanto pisar ese suelo de su empresa de subida temperatura, acababa con sus alpargatas tan ardientes como insoportables. Evitar “estar quemados” en nuestra profesión y nuestra vida es el primer cuidado que un año que queremos próspero, consiga.
Cuando el año comienza es el tiempo de los “adivinos”. En lo absurdo también se cree, pero las personas que quieren adentrarse en algo que nadie hasta ahora ha conocido, ni los profetas, si deben conocer el hecho de que un reloj parado su movimiento y abandonado, tiene sin embargo en dos ocasiones al día la hora exacta. El cálculo de probabilidades es un hecho, La irrealidad inconsciente se acerca más al engaño que a la utopía.
El nuevo año trae el arrastre convulso del anterior. Sus problemas no son fácilmente solucionables. Se ha dejado crecer muy oblicuamente el tallo que debe sostenerlo con el peligro de que la verticalidad que debe regir su equilibrio caiga fuera de la base de sustentación.
En estos próximos doce meses la vida política va a ser fundamental. Que nadie presuma de apolítico, porque la política es la historia del día, de cada día y no estar en ella es ser un mueble en la sociedad, con el agravante además de qué si no participas, tus hombros soportaran la carga que le da su inepcia y como al caballo del cochero, nos ocurrirá que seremos los que trabajamos y el que lleva las riendas el que cobra la moneda. Ahora que en el hogar el perro ha alcanzado el grado familiar, hemos de evitar que este hogar sea el perro dócil y obediente, al que se pasea con una correa al cuello y que si intenta protestar inadecuadamente se le pone un bozal.
Sin perder el optimismo, seamos reales en nuestras proposiciones. El año es nuevo, la vida solamente sigue, es decir, no puede cambiar radicalmente, por lo que no debemos olvidar lo vivido y estar muy alerta a lo que nos toca vivir. Quien se aísla de su pasado secciona su vida. Quien cree que todo consiste en un cambio radical, resquebraja los cimientos sobre los que debe posarse la verdadera evolución y progreso. Quien se cree redentor acaba siendo el bufón de la Corte, quien se mira al espejo, no ve más allá de su figura inversa. El año nuevo desea andar sobre el duro asfalto, ante que integrarse en las movedizas arenas de la soberbia y el poder conseguidos a cualquier precio. El destino de una nación se hace, pero para que la empresa sea eficaz no ha de faltar nadie.